Por unos pocos rublos más
UN pequeño paso de Putin, un salto de gigante para la corrupción en Occidente. Sólo unos días después de ser desbancado de su cargo como canciller de Alemania, Gerhard Schröder se aseguró de no sumarse a la elevada tasa de desempleo que dejó tras sí. Aceptó un alto cargo en el gigante ruso de la energía Gazprom, la empresa encargada de realizar un controvertido proyecto de gasoducto que él apoyó activamente siendo canciller. La dudosa ética de esta maniobra y la velocidad con la que se ha realizado plantean preguntas evidentes sobre si Schröder abusó o no de su posición para llegar a este acuerdo, porque la base para este nuevo empleo se estableció por adelantado, como parte de una operación bien organizada que aportó el capital antes que el personal.
Mathias Warnig, presidente de operaciones en Rusia del Dresdner Bank, llegó primeramente a un acuerdo para comprar el 33 por ciento de Gazprombank en agosto (el Dredsner también ayudó al Kremlin a ajustarle las cuentas a la petrolera Yukos dirigida por Jodorkovski, ahora en una cárcel siberiana). En consecuencia, Warnig recibió un alto cargo en la Empresa Noreuropea de Gasoductos. Por último, todo estaba dispuesto para la llegada de Schröder. El trato hace que todo quede en familia, ya que Warnig era espía de la Policía secreta de Alemania Oriental, la Stasi, al mismo tiempo que Putin dirigía agentes del KGB en Dresden. Como ha dicho el propio Putin, no existen los ex agentes del KGB. En realidad, ésta es la noticia secundaria: que los políticos y empresarios más poderosos de Alemania puedan ser comprados de la misma manera que un oligarca ruso podría comprar una propiedad aristocrática bávara para entrar en la alta sociedad. El panorama más amplio nos lo da la forma en que Putin ha convertido los recursos energéticos del país en el centro de su camarilla gobernante, que ha borrado las líneas entre los poderes y los activos públicos y privados. ¿Dirige el Estado a Gazprom o Gazprom al Estado? Putin se ha propuesto como prioridad estrechar aún más el perverso vínculo entre las metas interiores y exteriores de su régimen y la empresa que proporciona la mayor parte del gas natural a Europa Central y del Este. No son empresas dirigidas por el Estado; son el Estado.
El presidente de Gazprom, Dimitri Medvedev, ha sido nombrado recientemente primer viceprimer ministro, mientras que el jefe adjunto del Estado Mayor, Igor Sechin, dirige el otro gigante de la energía, Rosneft. Ésa no es la única razón por la que es improbable que investiguen a Roneft por la absorción el año pasado del principal activo de Yukos, Yuganskneftegas, en una subasta fraudulenta. Siguiendo al pie de la letra el sistema de la familia, la hija de Sechin está casada con el hijo de Vladimir Ustinov, el fiscal general. Schröder no se está uniendo a una empresa, sino al Gobierno de Putin. El país de Schröder y el SPD deben censurarlo por arrastrarlos por el barro de camino a su trabajo. Por lo que ha costado Schröder, Gazprom y el régimen de Putin están comprando la legitimidad en Occidente. Al poner la empresa en el mercado y llenar su junta directiva de extranjeros destacados, también está creando un plan de repuesto por si las cosas no funcionan en el frente interno. Tras años de sucios manejos, Putin y sus sicarios difícilmente pueden permitirse perder el control y arriesgarse a que sus abusos salgan a la luz. Así que están intentando extender los activos y la culpabilidad. Aunque proclama la necesidad de proteger a Rusia de los males de la influencia occidental, el KGB se siente a gusto con los trucos capitalistas: en tiempos de incertidumbre, diversifica tu cartera.
Estos acuerdos también proporcionan al Kremlin un valioso pasto para su propaganda. Al tiempo que pregonan su hazaña en el extranjero, los medios controlados por el Estado los presentarán como un ejemplo de que a Occidente sólo le interesa el dinero y el petróleo. A todos los regímenes totalitarios les gusta decir a sus ciudadanos que, a pesar de su supuesto interés por la democracia y los Derechos Humanos, los estadounidenses y los europeos occidentales son tan corruptos como sus propios dirigentes. Hace un enorme daño a la causa en pro de la democracia en Rusia que el ex líder del tercer país más industrializado del mundo se alíe con rufianes autoritarios. Usar la energía como arma política es una táctica probada y demostrada, y con grandes nombres occidentales al frente Gazprom actuará todavía con mayor impunidad. Como el Kremlin no consiguió instalar otro de sus secuaces en Ucrania, Gazprom ha cuadruplicado los precios del gas al vecino de Rusia. La amenaza más reciente es la de cortar por completo el suministro de gas en invierno si el Gobierno ucranio no se pliega a la voluntad de Rusia. Georgia y los países bálticos están recibiendo un trato similar: acata la disciplina política del Kremlin o prepárate para un invierno largo y helador. Podemos llamarlo la nueva guerra «fría».
Mientras el salto de Schröeder provocaba pequeños estallidos de indignación, otro suplicante se dirigió a Moscú para realizar una entrevista de trabajo. La prensa rusa está llena de rumores de que a Donald Evans, ex secretario de Comercio estadounidense y viejo y querido amigo de George W. Bush, se le ha ofrecido el cargo de presidente de Rosneft durante unas reuniones recientes con Putin. Están intentando tapar su rastro con una gran oferta en 2006 y buscan un testaferro que calme los temores occidentales. Evans pondría el sello de aprobación, hasta ahora tácito, del Gobierno de Bush a los negocios sucios del Kremlin.
Ésta es la estrategia más reciente del Kremlin: incluir y silenciar a los países occidentales haciéndolos cómplices de sus delitos. La lógica dicta que cuando todo el mundo es culpable, nadie es culpable. Hemos visto el precio pagado por estas políticas de no ver nada malo en las libertades civiles y en Chechenia. Ahora los líderes occidentales también tendrán que resistir la llamada de sus cuentas corrientes, no sólo la de su conciencia. Petróleo, gas, política, intimidación y represión se mezclan mientras una mano intenta lavar a la otra. Cuando Putin y sus amigos sean expulsados y en Rusia se establezcan tribunales independientes, Schröder y otros extranjeros que intentan conseguir rublos rápidos podrían encontrarse con que el petróleo deja manchas terriblemente difíciles de quitar. ¡Fuera, maldita mancha!
The Wall Street Journal © 2005 Dow Jones & Company, inc.
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