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Atrapados

JULIA AMEZÚA

Harold Pinter (1930-2008) escribió “El montaplatos” en 1959, una pieza en un acto en la que ya se reconocen los rasgos de su teatro: personajes encerrados y amenazados por el exterior (el piso superior en este caso), el absurdo y el lenguaje de quienes para evitar la comunicación con el otro, recurren a diálogos sobre asuntos banales, como las noticias del periódico (una niña mató un gato) o el estado de la vajilla, con frases inacabadas, repeticiones y discusiones como el empeño de Gus en aclarar si la cafetera se pone o se enciende.

Progresivamente, conocemos que estos dos personajes atrapados como escarabajos en un agujero con dos camastros, una cocina sin gas y un baño con una cisterna que no funciona, son asesinos a sueldo que aguardan órdenes de un superior. En esta ratonera claustrofóbica, la espera es insufrible y ambos se ponen nerviosos: rebullen entre sábanas sucias y se pelean, hasta que irrumpen sucesos absurdos, como las cerillas que alguien de fuera arroja o los pedidos de comida que llegan en el montaplatos.

¿Quién es el misterioso hombre o la misteriosa organización que mueve los hilos? Pinter no lo dice; pero sí queda claro que estos hombres no son libres y ni siquiera se plantean serlo. Solo Gus, en apariencia el más dependiente, muestra cierto despertar en sus preguntas: ¿quién está arriba?, ¿qué quiere?, ¿por qué se encuentran en ese lugar? Sin embargo, tampoco es capaz de rebelarse e incluso permite que Ben le maltrate.

Puesta en escena

Animalario resuelve la puesta en escena en hora y veinte minutos con la marca estética de sus últimos trabajos: la escenografía sobria con el plástico negro que envuelve el escenario, incluidas las butacas de las primeras filas, y dos actores que se baten a duelo y consiguen transmitir una tensión y agresividad crecientes. La luz y el sonido se encargan de mostrar el siniestro montaplatos y de sugerir la lobreguez del sótano (la gota de agua del grifo mal cerrado, los ruidos de cañerías). Barranco y Toledo se compenetran y transmiten el horror de su situación, sin que al espectador se le caiga la sonrisa de la boca. Aforo lleno y muchos aplausos.

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