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José Sanz Parejo. «In memoriam»

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Día 10/07/2012

Me comunican el fallecimiento en Sevilla del profesor José Sanz Parejo, catedrático de la Facultad de Veterinaria de Córdoba. La noticia, no por esperada, deja de ser menos lamentable, provocando un repaso nostálgico al libro de la memoria. Para sus numerosos amigos y compañeros cordobeses, Pepe Sanz Parejo, y desciendo a la entrañable familiaridad de los que le tratamos, le comprendimos y le admiramos, fue una personalidad fuerte, rica en matices, apasionada y llena de entusiasmo. Y sobre todo de cercanía y cariñoso afecto para los que le frecuentamos con la proximidad y el respeto que él mismo irradiaba y ofrecía.

Hizo de su vida una constante demostración de inteligencia, sentido común, competencia profesional y humanidad comprometida. Tanto en las relaciones académicas, como en el ejercicio profesional fue una personalidad avanzada que sorprendía por sus innovadores planteamientos y su lealtad a toda prueba a su misión universitaria.

Ejemplo de profesor volcado a la realidad de la praxis veterinaria, sabía reunir en sus intervenciones y actuaciones un conocimiento profundo de la forma y la función de los animales, especialmente los fuertes y briosos caballos, con una pericia técnica que garantizaba el éxito final de sus actuaciones.

Y sabía transmitir este paradigma; exigía a sus colaboradores lo que él previamente se exigía a sí mismo. Puntualidad, pulcritud, constancia y laboriosidad muy por encima de los niveles exigidos, eran las coordenadas de su quehacer diario.

Sabía también transmitir una «joie de vivre», sofisticada y al mismo tiempo popular, de la Andalucía que le tocó vivir. Le conocí en los años venturosos de la juventud consolidada, a las puertas de la madurez creativa; en 1969, éramos los profesores adjuntos que aspirábamos a participar en la creación de una Universidad que luego no hemos visto conformada de acuerdo con el modelo en el que creíamos entonces.

Quizás soñábamos o idealizábamos en demasía. Vivimos luego codo a codo la efervescencia universitaria de finales de los setenta; fui profesor de su hijo Alberto a quien había inculcado, desde el principio, su peculiar y acertado sentido del valor y la trascendencia de las ciencias veterinarias. Ello me permitió tratarlo en su dimensión humana de padre.

Proyectó, como pocos, la imagen más brillante de la Facultad de Veterinaria de Córdoba en el mundo ganadero y entre las complejas élites sociales del caballo y de la caballería europea e internacional. Sus intervenciones eran constantemente requeridas en el mundo ecuestre más allá de nuestras fronteras.

En su ocaso vital recibió el reconocimiento tardío de sus méritos académicos. La Facultad de Veterinaria de Córdoba recuerda desde hace poco más de un año su figura, su ejecutoria y su legado sobre los muros del Hospital Clínico Veterinario. Hace unos meses le encontré por última vez. En su conversación, viva e inteligente, se mostraba todavía interesado por el futuro de nuestra trayectoria colectiva universitaria y veterinaria. Sabía de la proximidad del fin, pero no reflejaba ante ello nada más que una serena y elegante conformidad. Ayer nos dejó para siempre.

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