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La contaminación visual sigue cercando al casco histórico

El núcleo monumental se mantiene a merced de los desmanes estéticos a los cuatro años de la aprobación de la Ley Andaluza de Patrimonio Histórico

La contaminación visual sigue cercando al casco histórico

R. AGUILAR

LA llamada de alerta de Carlos Castilla del Pino en su célebre artículo publicado en «Triunfo» no ha pasado de moda por más que poco quede para que se cumplan cuatro décadas desde que el psiquiatra fallecido diera a la imprenta el texto «Apresúrese a ver Córdoba». Porque cualquiera que reciba un fin de semana a un amigo venido de otra ciudad y se decida a darle un paseo sosegado por la zona patrimonial no tiene más remedio que excursarse ante el estado de algunas de las calles más nobles del caso histórico y buscar respuestas sin fundamento a preguntas llenas de sentido.

—«¿No hay ninguna norma que prohíba a los comerciantes o a los vecinos colocar aparatos de aire acondicionados en esta calle que está tan cerca de la Mezquita, o de la Catedral si quieres llamarla así?», pregunta el visitante.

—«Bueno, aquí tenemos un plan especial de protección del casco, que establece una serie de restricciones específicas para el enclave histórico, tanto en cuestiones de arquitectura como de estética, pero al Ayuntamiento le resulta difícil por lo general poner coto a estos desmanes», acierta a contestar el anfitrión, que acompaña a su huésped hasta la taquilla del templo diocesano.

—«A mí no me cobran entrada porque nací aquí», bromea.

—«Pues explícame, ya que te precias de ser autóctono, qué hacen esos delantales con lunares en los escaparates de la tienda ésa que está ahí, junto a la hamburguesería. A mí esto me parece de juzgado de guardia, la verdad».

—«Mira, esto es complejo: los comerciantes tienen unas costumbres adquiridas que no se las vamos a quitar así como así, por muchas leyes que haya y por mucha policía local que mande el Ayuntamiento. Disfrutemos de la visita en la Catedral, o Mezquita como tú te empeñas en llamarla, que ahí dentro no verás nada que no esté sujeto a un criterio de gusto exquisito».

Acaba el recorrido por el edificio religioso y el amigo foráneo persiste en sus apreciaciones incisivas.

—«No es por ser tiquismiquis, pero la verdad es que vuestro Ayuntamiento podría poner un poco de cuidado con la colocación de los cables de la luz en estas calles tan estrechas de la Judería que tienen tanto encanto y que, he de decírtelo, pierden parte de su esencia con ese enjambre de tendidos eléctricos y con esos contenedores de basura tan poco estéticos».

—«No te voy a quitar la razón, amigo, que quien vive en un sitio acaba por acostumbrarse a él y no le ve los defectos, pero es que esto es como luchar contra un imposible: somos así, o “asín”, como decimos nosotros. Fíjate que Carlos Castilla del Pino ya denunció cosas como las de las que tú te quejas en 1973, el mismo año en el que nacimos nosotros. Ya ha llovido desde entonces pero no hay nada nuevo bajo el sol».

Un debate incesante

La recreación de una charla entre quien observa la ciudad con ojos de extranjero y quien la defiende aún con sus defectos porque la siente suya tiene, más allá de las concesiones a la ficción, una carga de realismo que no deja de suscitar debates ciudadanos y de dar argumentos a los artículos de opinión y a los escritores aficionados a los temas locales.

El último libro que se ha publicado en torno a este asunto se titula «Contaminación visual en el conjunto histórico de Córdoba» y es autoría de Antonio Delgado García, nacido en Montoro en 1934 y que está jubilado como técnico de Administración General del Ayuntamiento de Córdoba.

El documentado trabajo de Delgado, que ocupa más de 300 páginas y está acompañado de un despliegue gráfico más que ilustrativo, es muy crítico con la labor que desempeñan las administraciones —o deberían desempeñar— para tratar de eliminar o limitar el descuido crónico de la zona patrimonial de la ciudad. Aunque el autor reparte responsabilidades a diestro y siniestro, cierto es que es el Ayuntamiento el que se lleva la peor parte.

Sostiene Delgado García. «Basta con recorrer el casco histórico de la ciudad para constatar cuántas agresiones visuales causan las señales de tráfico, postes informativos, grafitos, cubiertas, cabinas telefónicas plagadas de publicidad, aparcamientos en superficie, quioscos de alimentación o golosinas construidos con materiales de pésima calidad y de inapropiado diseño, algunos de ellos adosados o situados junto a los monumentos».

El autor se hace una pregunta clave: «¿Acaso no es contaminación visual permitir que en una plaza monumental o junto a un monumento se permita el masivo aparcamiento de vehículos y se coloquen quioscos, señalizaciones, antenas, contenedores de basura, vidrio o papel de fuerte colorido y de material absolutamente discordante con el entorno?». Y prosigue: «¿Es que no hay forma de soterrar los contenedores y de buscarle otro diseño a las papeleras?».

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