La locura final de los ayatolás
El mantenimiento del desafío nuclear a pesar del riesgo de un ataque israelí indica la irracionalidad del régimen
El conflicto iraní tiene en común con el israelo-palestino que todo el mundo sabe dónde colocar las piezas para resolver el puzzle, pero no hay manera de terminar la partida. El rifirrafe primario enfrenta desde 1979 al régimen teocrático con Estados Unidos, el «Gran Satán» para los ayatolás. Los términos de la llamada «gran negociación» han sido manejados por distintas Presidencias en EE.UU. y por los cuatro hombres fuertes en el Irán post Jomeini: su sucesor, Ali Jamenei, los ex presidentes Rafsanjani y Jatamí y el actual Mahmud Ahmadineyad. En esencia, Washington ofrecería garantías de no buscar un cambio de régimen y, a cambio de esa tranquilidad, Irán renunciaría a las actividades terroristas y nucleares que perturban la paz mundial . Pero siempre un «halcón» de un lado neutralizaba los esfuerzos de las «palomas» del otro.
El empeño nuclear del régimen aleja, por supuesto, un escenario de resolución por su descarado desafío a la comunidad internacional. Irán tiene derecho, según el Tratado de No Proliferación Nuclear, a desarrollar la energía nuclear con fines pacíficos. Pero no puede jugar al gato y al ratón, como hace, con los inspectores de la ONU. En el imaginario del régimen, el desarrollo atómico les permite enarbolar con éxito un orgullo tecnológico que entronca con el nacionalismo industrial que caracteriza a la nación persa. Por eso, el programa nuclear ha sido mantenido por todas las facciones del régimen, desde Jatamí a Ahmadineyad.
El uranio en sí no es el problema. La UE barajó, bajo la batuta de Javier Solana, un intercambio de suspensiones: el mundo suspendía las sanciones, e Irán su programa. Se estudió la exportación del combustible nuclear iraní a Turquía —no quiso EE.UU.— o la importación de uranio ruso —no quiso Irán—. Ahora, un régimen cada vez más ineficiente se aferra a la bandera nuclear y al espantapájaros del enemigo externo como mecanismos para generar un consenso interno, y entre facciones del poder, que hace tiempo que se ha roto.
Sucesivos paquetes de sanciones económicas han ido minando su tejido productivo, que ya no es capaz siquiera de refinar el petróleo que produce. Los accidentes en el transporte, los casos de corrupción, los recortes de subsidios, además de la «revolución verde», son manifestaciones de la descomposición del audaz modelo ideado por Jomeini, que logró con su «Gobierno de los jurisconsultos» poner a la minoría chií a la vanguardia del islam político. El modelo pervivía por la racionalidad que guiaba su conducta. Pero la han perdido. La p osibilidad de un embargo petrolífero al tercer exportador de crudo del mundo (4 millones de barriles diarios) causaría un daño enorme. Una perspectiva sombría que podría culminar, como calculan algunos analistas de riesgo, en un ataque israelí —el «Pequeño Satán»— a sus instalaciones nucleares en la segunda mitad de 2012.
Noticias relacionadas
- La UE pacta nuevas sanciones contra Irán sin llegar al embargo petrolero
- La Unión Europea estudia un embargo del petróleo iraní
- España convoca al embajador iraní tras el asalto de la embajada británica
- Londres da 48 horas a los diplomáticos iraníes para que salgan del Reino Unido
- Londres evacua a su personal de la embajada de Teherán
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete