Su familia, que cometió un error al identificar el cuerpo, veneraba una urna con las cenizas de una persona cuya identidad se desconoce
El mexicano Rodolfo Becerra López volvió literalmente a nacer a los 76 años. Había desaparecido el 24 de julio sin dejar rastro en el barrio de Talpita, al oriente de la ciudad de Guadalajara y, por su edad, la familia temió lo peor.
La búsqueda que iniciaron sus parientes por hospitales y centros médicos de Guadalajara, donde vivía, culminó con el hallazgo y reconocimiento del cadáver por parte de su hijo en el Servicio Médico Forense. El cuerpo sin vida estaba hinchado, le faltaba un ojo y tenía una cicatriz en el pie. Lo dieron por bueno, era Rodolfo, y lo cremaron.
Cinco días después, cuando su familia velaba una urna con cenizas en la casa el anciano, Rodolfo apareció por su propio pie en la vivienda. Llegó en taxi después de haberse perdido y andado por una población cercana. Con demencia senil, pasó varios días semiperdido, comiendo en la calle y durmiendo al raso hasta que recuperó la lucidez y volvió con los suyos.
Un error de identificación
Don Rodolfo padre y su hijo Francisco terminaron su singular odisea rindiendo declaración ante la Procuraduría de Justicia del Estado de Jalisco, que anuló el acta de defunción y le devolvió la vida. En la Oficina Forense culpan al hijo, que erró en la identificación, pero ellos en ningún caso cotejaron el ADN.
La peculiar historia abona una más la célebre frase del artista francés André Bretón, quien alguna vez dijo que México era el país surrealista por excelencia, donde ocurren cosas difíciles de creer y que en pocos lugares suceden. La incógnita que queda ahora, casi imposible de resolver, es quién era el anciano cuyos restos causaron la confusión, un hombre que fue atropellado en la colonia San Marcos de la urbe y que nadie ha reclamado. Difícil hacerlo ya.





