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Columnas / POSTALES

Los verdaderos culpables

Han estado a la sombra del poder, gozando de los privilegios que les concedía un Gobierno deleznable

Día 24/06/2011

EN una democracia auténtica, llegadas unas elecciones, los ciudadanos se preguntan: ¿estoy mejor o peor que al llegar al poder este Gobierno? Y si está peor, lo licencia y santas pascuas. En una democracia inmadura, lo que hace la ciudadanía es arremeter contra el sistema, esto es, contra la democracia, poniéndose en manos de quienes le ofrecen soluciones más cómodas.

Lo tenemos ante los ojos. ¿Qué está pasando en Grecia, en España? Pues ante un situación calamitosa, la gente —bueno, la gente: el grupito que más chilla, pero que es el que más se nota— se echa a la calle a protestar contra todo, no sólo en el país, sino en el mundo entero. Algo que por su magnitud no es realizable a corto ni medio plazo. Cuando la crisis exige medidas urgentes. A no ser que se quiera una revolución. ¿Quieren los «indignados» una revolución? ¡No! Quieren que todo siga igual, conservar los derechos adquiridos, anular las reformas, mantener lo establecido, aunque lo establecido se lo haya llevado la corriente de la historia. Son conservadores, aferrados al pasado, enemigos del presente, refractarios a la globalización.

Déjeme demostrárselo de esta manera: ¿dónde estaban todos esos indignados cuando Manuel Pizarro le decía a Pedro Solbes adónde nos conducía el Gobierno del que era vicepresidente? Pues estaban en casita, ante el televisor, riéndose de él y de las gracietas de Solbes. ¿Por qué ya no ríen, por que están tan cabreados? Pues porque Pizarro tenía razón y ellos, no.

Pero no echemos la culpa al ciudadano corriente, que no tiene que saber de alta economía, aunque debería tener más sentido común y saber que no se atan los perros con longanizas. Lo que han fallado son las elites, empezando por las políticas, atentas sólo a las próximas elecciones y volcadas en la ingeniería social, cuando debieron atender a la ingeniería económica. No menos culpables son las elites financieras, más atentas a sus intereses privados que al interés general. Sin olvidar las elites intelectuales, que no vieron o quisieron ver el tsunami que se estaba creando, entreteniendo al gran público con sus cantos a las ideologías caducas, en vez de cumplir con su deber de analizar la situación y advertir de lo que se nos venía encima. ¿Dónde han estado durante todos estos años los grandes banqueros, los grandes empresarios, los grandes pensadores, los grandes artistas, los grandes comunicadores? Pues a la sombra del poder, gozando de los privilegios que les concedía un Gobierno deleznable y abdicando de su obligación de vigías del futuro.

¿Y qué hacen hoy? Pues esconderse tras los «indignados», decir que los comprenden, mientras buscan desesperadamente una salida, una disculpa, un culpable. O un trampolín para situarse en el nuevo escenario. Es decir, lo que han hecho siempre.

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