SEGÚN los analistas de «Die Zeit» (ese espejo de tinta en el que, a contrapelo de internet, se peina las ideas la intelectualidad alemana), el sarpullido callejero de nuestros «indignados» es, en realidad, un reflejo folclórico, inerte y desestructurado, de la epidemia de sarna emocional que ha puesto a media Europa en cuarentena democrática. Dicho de otra manera: la «spanish revolution» ha sacado a bailar a una versión del populismo que, después de ser aliñada por los medios a fin de cebar el «share» con carnaza barata, resulta no sólo convincente, sino, incluso, simpática. No obstante —tal cual sentencia el sesudo semanario—, el populismo es populismo en cualquier caso. Amables o desabridos, hoscos o angelicales, todos los populismos se parecen y todos, a la postre, son letales.
A los que acampan en Sol (por sus respetos, a sus anchas y sin respetar a nadie) les quedan más lejanas las consignas de Mayo que las soflamas de Marine Le Pen, pongamos por ejemplo, y al que le pique, que se rasque. La abanderada del Frente Nacional también ha denunciado la dictadura del sistema. Ha sacado las uñas contra los atropellos del mercado. Se ha colocado al margen de una casta política que es el instrumento de intereses espurios y ya «no representa» a los verdaderos ciudadanos. O sea que, en resumen, sin novedad en la jaima. «Nihil novo sub sole», afirmaría la pancarta de un latinista en paro. Mal que les pese a aquellos que se obstinan en derramar incienso sobre la peste (parda) el collarín argumental de los perros de presa es el mismo que gastan hoy los perroflautas.
La sustancia emotiva de los indignados de Sol no repara en tonos de piel, pese a la ausencia de inmigrantes; del mismo modo que la carga sentimental de un estado de ánimo no discrimina credos e ideologías. Entre un indignado de Sol y un indignado del «senyor» Anglada puede haber un foso de prejuicios raciales, pero nada les separa en materia de retórica antisistema, de repulsa contra la política y de desconfianza frente a la legalidad, por unos u otros motivos. Los mecanismos de intoxicación y manipulación del profundo y a la vez vago descontento del brote de Sol desembocan en las mismas «soluciones» formuladas por los dueños del dóberman, un aullido que reclama sin disimulo las comodidades del pasado y la misma opulencia, más el ipc, pagando el pueblo.
El 15-M es un relato paralelo al auge de la extrema derecha en parte de Europa, parcialmente visible en España a través de la «Plataforma X Catalunya», cuya dinámica aboca a la superación de la democracia previa deslegitimación; es decir, a las viejas utopías totalitarias resumidas en 140 caracteres y a la nostalgia revolucionaria de las cacerolas, cuando todo parecía posible, incluso un Gobierno que no nos mienta. El retorno a las cavernas es una hipótesis verosímil para cada vez mayor número de economistas. En Sol, ya han llegado sin que les preocupen en absoluto las coincidencias entre galgos y podencos.


