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Columnas / AD LIBITUM

Simplemente Alfredo

Rubalcaba parece el Príncipe de Metternich en el Congreso de Viena cuando se le contempla junto a Rodríguez Zapatero

Día 05/06/2011

ALFREDO el Grande, rey de Wessex, luchó contra los vikingos y sus virtudes, que debieron de ser tan grandes como su arrojo, le valieron un lugar en el santoral del Vaticano. Sin embargo, cuando Gaetano Donizetti llevó su historia al teatro San Carlo de Nápoles tuvo con ella el mayor fracaso de toda su exitosa carrera operística. No es lo mismo encasquetar una corona y manejar la espada en el siglo IX que ejercer como tenor, y con peluca, en el XIX. A nuestro Alfredo, al Pérez Rubalcaba que parece el Príncipe de Metternich en el Congreso de Viena cuando se le contempla junto a José Luis Rodríguez Zapatero con su corte de los milagros en el Consejo de Ministros, le puede pasar lo mismo que al remoto y más barbudo Alfredo anglosajón. Bien estuvo para un pasado próximo en el que la intriga fue más útil que el talento y en el que, entre manipular la Historia y hacer del laicismo feroz una doctrina política, fuimos tirando; pero ahora, como primer actor de la representación, puede parecer menos galán y más malvado.

Por el momento, en lo que se nos alcanza, al personaje le pintan bastos. Quiso cambiar de look—«llamadme Alfredo»— para pasar la página en que aparece como gran corresponsable de lo peor del zapaterismo y, alcanzada la condición populista de simplemente Alfredo, pasado de entrenamiento astuto y maniobrero, puede quedar en Alfredo, simplemente. El fracaso en las negociaciones entre la patronal de la Señorita Pepis y los sindicatos de Pepe Solís —en sus ediciones renovadas pero no mejoradas— le aporta uno de mayor cuantía al catálogo de los problemas que debe lidiar, todavía en su función vicepresidencial, el señalado como «candidato natural».

La pugna entre los mal llamados «agentes sociales» no lo es en función de los intereses de sus supuestos representados, sino en términos de poder y financiación. Ese vestigio vivo e inútil, perturbador, del sindicalismo vertical del Régimen de Franco es una máquina de empleo endogámico e influencias de relevancia superior a la que suele atribuírsele. Arma a la izquierda, le sirve de instrumento a la derecha y, en su conjunto, supone otro elemento de anacronismo y excentricidad en nuestra paródica democracia en la que unos «indignados» en Sol o, más en la sombra, unos comisionistas del conflicto pueden desautorizar, de hecho, al mismísimo Parlamento. Antes de que termine la legislatura, el fracaso negociador, en razón de las medidas que ha de tomar el Gobierno, le complicarán la vida a Rubalcaba en su triple función asistencial del presidente y ello perjudicará el futuro y las posibilidades de Alfredo, simplemente.

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