-Analiza la «década dorada» española, con logros agrietados después por la crisis. ¿Fue un espejismo?
-No, no creo que se trate de un espejismo. Y no podemos limitar aquel éxito hasta 2007 a un «boom» inmobiliario porque las inversiones que se hicieron en infraestructuras, educación e investigación fueron tremendas. Por primera vez equilibramos nuestra cultura y nuestro nivel de reflexión, emancipamos nuestra mente, y nos abrimos al cambio y al mérito. Elevamos nuestra ambición, y cuanto más ambiciosos nos hicimos, también nos volvimos menos envidiosos. Separamos Iglesia y Estado, e hicimos a este país soberano.
-Pero, visto lo visto, ¿tenía solidez ese empuje?
-Sí. Nuestro éxito se demostró en la atracción que hubo de los emigrantes y de los turistas. Venían a vivir nuestra originalidad, nuestra cocina, nuestro sol, que no éramos excesivamente racistas, nuestra seguridad social... Éramos un país admirado, aunque nosotros nunca nos hemos apreciado demasiado. Se construyó lo que podríamos llamar el «sueño español». Por primera vez o, mejor, por segunda, porque ya hubo un sueño español hace quinientos años que era el de hacer las américas. Luego vino el sueño americano, y más adelante incluso se ha escrito sobre el sueño europeo, pero yo creo que el sueño español ha sido mucho más genuino. Lo hemos vivido. Ha sido un sueño de normalidad y de modernidad. Y soy moderadamente optimista: lo recuperaremos. Hemos sufrido un terremoto, pero las placas tectónicas se han vuelto otra vez a ajustar. España volverá al desarrollo.
-¿Estamos sucumbiendo entonces a un desánimo injustificado?
-De ese sueño de modernidad y normalidad lo que hemos perdido ha sido la normalidad; es decir, hemos vuelto a la intolerancia, hemos querido que un partido eche al otro del parqué. Cuando los políticos se preocupan más de sus puestos de trabajo que de los millones de ciudadanos a los que representan, eso no es normalidad. O cuando se mira atrás demasiado, precisamente a etapas en las que éramos anormales. Todas estas cosas han roto con la normalidad. Con la modernidad, afortunadamente, hemos roto menos.
-Por lo que dice, buena parte de las culpas están en el ámbito político...
-Sí. Y lo malo es que el ámbito político es luego el que maneja los presupuestos de investigación y decide dónde se gasta el dinero. Y eso es muy peligroso. Un retroceso, cuando por fin habíamos aprendido a pasar de «trabajar con gente» a «trabajar en equipo». Alguien dijo que Zapatero no tenía ministros, sino secretarios. Pues eso. Son cosas que nos han afectado.
-¿Qué remedio hay?
-Sigo creyendo que en la medida en que podamos introducir tolerancia en el sistema y nos obsesionemos con la organización, saldremos adelante. Y cuando hablo de organización no hablo de orden, porque lo que importa no es lo rutinario, sino saber afrontar la incertidumbre. La organización permite prever el futuro y acomodarse a él.
-¿Por qué ha subtitulado su libro «Petrarca y el Yondelis»?
-Me remito a Petrarca porque fue quien ayudó a los Medici a cambiar de mentalidad. Inventó un nuevo espacio de libertad por el que una cosa era la fe, y otra muy diferente el dogmatismo. Y ese espacio de libertad es en el que hemos sido capaces de vivir. En esta década de oro hemos logrado productos de investigación radical, como el Yondelis, Imagenio y otros.
-¿Hay algún valor añadido en los españoles?
-La ventaja competitiva del español es su pasión, esto ya lo decía Salvador de Madariaga. Pero fíjate en el fútbol: la furia española no ganaba ningún campeonato, eso llegó después con reflexión, organización y entrenadores sensatos. Y otra de las ventajas competitivas del español es su humanidad. Somos el país que dona más órganos, y si hay que salir lor primeros para Haití, para allá vamos. Por eso, con la suma de pasión, humanidad, reflexión y organización volveremos a arrasar. Seguro.
ANTONIO
ASTORGA
VIRGINIA
RÓDENAS
