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Columnas / PERSPECTIVA

Los indignados del M-15

Nada de lo que nos preocupa es una consecuencia del sistema, sino de decisiones concretas tomadas por personas físicas

Día 19/05/2011

SE echaba de menos en España una reacción popular ante la debacle económica y son muchos los analistas que se felicitan de que por fin haya estallado en la forma de unos cuantos jóvenes acampados en Sol. No comparto esa nostalgia juvenil revolucionaria que está recibiendo una atención desmedida, elevando la anécdota a categoría y contribuyendo con su mal disimulado entusiasmo a que degenere en un verdadero problema. No la comparto retrospectivamente en relación a Mayo del 68, del que poco bueno ha salido, ni la comparto ahora. Las críticas esencialistas solo conducen a totalitarismos, a soluciones providencialistas.

La democracia española tiene muchos problemas, no seré yo el que los disimule y nunca los he ocultado, pero en esta crisis no ha fallado el sistema, sino el Gobierno. La crisis inmobiliaria española era perfectamente previsible, como la financiera, y ha sido el autismo del Ejecutivo el que la ha convertido en una recesión mayor. El drama del paro, y en concreto el desempleo juvenil directamente relacionado con el desencanto de esos jóvenes okupas temporales, es el resultado de la voluntad presidencial de otorgar derecho de veto a los sindicatos en la reforma del mercado de trabajo más injusto e ineficiente de la OCDE. Hasta el problema autonómico, el crecimiento exponencial del gasto regional, tiene sus bases en una apuesta política concreta: la decisión del Partido Socialista de ponerse en manos de los nacionalistas para desalojar definitivamente al PP del Gobierno. Nada de lo que nos preocupa es una consecuencia del sistema, sea éste capitalismo de mercado o democracia descentralizada, sino de decisiones concretas tomadas por personas físicas que han demostrado su absoluta incompetencia. No comparto el fatalismo en el que ha caído buena parte de la izquierda española, incapaz de hacer examen crítico de su propia gestión. No lo comparto, aunque lo entiendo como una manera muy humana de descargar sus propias responsabilidades y un intento desesperado de restar legitimidad a su inminente catástrofe electoral y a sus sucesores.

En España no hay un partido fascista, a diferencia de lo que está ocurriendo en la mayoría de los países europeos. Su germen no está en esa derecha extrema que gusta citar el presidente Zapatero y que para su desgracia no aparece por ninguna parte, sino precisamente en estos movimientos presuntamente espontáneos y supuestamente populares. No puedo tener ninguna simpatía por una gente que pide todo y lo pide ya. Aunque pueda entenderlo como una manifestación grotesca de la cultura del gratis total convertida en religión oficial por Zapatero. Alguien debe explicar a esos jóvenes bienintencionados que solo el esfuerzo, el trabajo, la preparación y el estudio les sacarán del paro. Basta ya de esperar y prometer milagros, de confiar en que papá Estado nos solucione los problemas y nos ponga cómodamente un puesto escolar, sanitario y laboral, un pisito para emanciparnos y una residencia para jubilarnos. El mundo no se va a parar a esperar que España resuelva sus incoherencias y obsesiones infantiles. Como no lo ha hecho con Grecia o Portugal, Irlanda es otra cosa. Mientras esos simpáticos muchachos pasan sus alegres noches de primavera a la sombra del toro de Osborne —toro que por cierto va a ser pronto sustituido por la manzana de Apple en algo más que un cambio de diseño— la canciller Merkel exige unificar vacaciones y edad de jubilación. Este domingo tiene usted la oportunidad de explicarle a estos chicos para qué sirve la democracia.

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