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Columnas / AD LIBITUM

El compromiso

Necesitamos una mejor democracia y el rigor de los líderes es imprescindible. Su compromiso

Día 14/05/2011

CONVIENE reverdecer la idea, esencial para el entendimiento representativo de un proceso electoral, de que los candidatos, aunque lo sean en el lote amorfo de una lista cerrada y bloqueada avalada por una sigla, recaban la adhesión de los votantes potenciales en función de una trayectoria personal, una militancia determinada y —lo más importante cuanto menor sea el ámbito de los comicios— un programa de actuaciones futuras. El elector obra en consecuencia y establece con su elegido un contrato tácito que, en principio, obliga a éste, si obtiene la mayoría suficiente, a cumplir con lo anunciado y compromete a aquel a una cierta adhesión, con el plazo de la legislatura, en la medida en que así sea. Ese compromiso gaseoso en las legislativas y líquido en las autonómicas debe ser sólido, firme, en las municipales en las que el criterio de la cercanía lo hace más fuerte y verificable.

Estoy pensando en Alberto Ruiz-Gallardón a quien pronostico, y deseo, una rotunda victoria electoral que le revalide como alcalde de Madrid en donde, complejos faraónicos y culturales al margen, ha hecho una magnífica labor. ¿Está dispuesto Gallardón a cumplir los cuatro años que establece el mandato que, presumiblemente, recibirá el 22-M? Si es así y su voluntad es firme debiera hacérnoslo saber. Él y cuantos alcaldes de todos los colores pueden repetir fortuna dentro de nueve días. Sería una añagaza difícilmente presentable utilizar su nombre y su prestigio para alcanzar una victoria y, después y salvo caso de fuerza mayor, llamarse andana, dejar a su segundo en el Ayuntamiento y ocupar otro cargo, según los casos, en un Gobierno autonómico o en el de España.

En las pasadas elecciones municipales madrileñas, los aspirantes socialistas al rango de alcalde, Trinidad Jiménez y Miguel Sebastián, a la vista de sus resultados que les condenaban a cuatro años en los bancos de la galera de la oposición, se dieron a la fuga y se encaramaron en sendos ministerios en los que, dicho sea de paso, no ha lucido mucho su talento. Eso es, éticamente, un fraude electoral. Tenían la obligación adquirida de calentar el banco de la oposición. Por ello, insisto en la conveniencia democrática de que quienes se presenten a una elección, la que fuere, adquieran el compromiso firme de ajustarse al mandato de los electores. En una democracia paródica, como la nuestra, en la que los poderes del Estado tienden a amalgamarse, es imprescindible el ejemplo de rigor que puedan darnos nuestros elegidos. Necesitamos una mejor democracia y, a más de mayores transformaciones, el rigor de los líderes es imprescindible. Su compromiso.

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