La lucha contra el desempleo ha dejado de ser la gran prioridad en España. Por mucho que la Encuesta de Población Activa y los datos del paro registrado machaquen la conciencia del socialismo irredento de Zapatero el core business de la vicepresidenta Salgado está ahora focalizado al control del déficit público como condición indispensable para recuperar la confianza en los mercados internacionales.
Favorecido por la necesaria credulidad de los inversores y aprovechando el respaldo inequívoco de la grandes locomotoras europeas en defensa de la moneda única, el Gobierno ha conseguido aliviar las tensiones sobre la deuda pública con una intensa campaña de marketing estratégico a lo largo de los últimos meses. El presidente se muestra ahora reconfortado y más tranquilo, pero el latido de la economía española está supeditado al marcapasos de la prima de riesgo que Zapatero lleva prendido al esternón de la política económica como si fuera una bomba de relojería.
La crisis real, encarnada en esos casi cinco millones de parados, va a dejar una huella indeleble en la España económica de los próximos años pero aquí y ahora las urgencias están ocupadas exclusivamente en la consolidación de las cuentas públicas. Todo un sarcasmo después del dinero gratuito que se ha venido arrojando a los problemas durante este tiempo atrás y casi un insulto ante ese Estado autonómico y rebelde que ya no se puede aguantar.
Una vez que pase el 22-M el eventual vuelco electoral permitirá comprobar el verdadero déficit acumulado por las Administraciones Públicas y sólo entonces sabremos si son viables los objetivos presupuestarios diseñados por el Gobierno para este ejercicio. Si el corazón de la economía se vuelve a contraer no habrá más remedio que aplicar otro bypass en forma de subida de impuestos y recorte de inversiones. Es el drama de un país que late a golpe de marcapasos.


