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Enemigo público

Ese comando iba a detener a uno de los mayores criminales de los tiempos modernos. Se resistió a tiros, y murió en el enfrentamiento, como tantas veces en estos casos

Día 04/05/2011

AGOREROS y Casandras nos predicen una oleada de atentados de Al Qaida como reacción a la muerte de Bin Laden. ¡Como si Al Qaida hubiera dejado de matar¡ Ahí tienen el reciente atentado de Marrakech. Si no ha matado más es porque no ha podido, como ocurre a todos los grupos terroristas, que sólo dejan de asesinar por estrategia política o por impedírselo las fuerzas de seguridad. El terrorista mata porque matar causa terror, del que se alimenta y vive. Sin él, no sería un terrorista. Sería un político como los demás, sujeto a las normas establecidas, que es lo que ellos no aceptan. De ahí que nosotros tampoco podamos ni debamos aceptarlos y que el único diálogo posible con ellos sea a través de los tribunales y de la policía. Cualquier otra cosa lo tomarán como debilidad nuestra y refuerzo de sus convicciones. Es decir, como un incentivo a sus acciones violentas. Una realidad tan simple como tremenda, que deberíamos tener en cuenta en España al tratar con nuestro terrorismo, pero que nos cuesta aprender.

Volviendo a Bin Laden, algunos y algunas de los que en su juventud vistieron la camiseta del Che, y que puede seguir poniéndose en la intimidad —si caben en ella— al considerarle un héroe y un ejemplo por haberse ido a Bolivia a matar «contrarrevolucionarios» y establecer allí un régimen comunista, cuestionan la operación de los comandos norteamericanos en Abbottabad, por haberse efectuado, dicen, en territorio extranjero y tomarse la justicia por su mano. Cuando ese comando iba a detener a uno de los mayores criminales de los tiempos modernos, buscado por todas las policías del mundo civilizado y condenado por los más diversos tribunales. Se resistió a tiros a ser detenido, muriendo en el enfrentamiento, como ocurre tantas veces en estos casos, sin que nadie eleve objeciones jurídicas. Si ahora alguno los eleva, es su problema, no el de los que creen en la ley, la justicia y la decencia, pues Bin Laden se había ganado con todo merecimiento un lugar entre los asesinos de masas, que no discriminan a sus víctimas, la inmensa mayoría de ellas inocentes.

Como todos los grandes asesinos, cambió en parte el mundo en su dirección, es decir, haciéndolo más inhóspito, más amargo, más cruel. Ya no podemos subirnos en un avión sin someternos a los más incómodos registros ni movernos con la libertad que antes hacíamos. Pero por una vez, uno de los que predicaba el odio, la violencia, la intolerancia, el fanatismo y que el fin justifica los medios no ha triunfado. Al final, ha muerto por la violencia que él mismo desató. O, como ha dicho el presidente Obama, «se ha hecho justicia». De lo que todos debemos felicitarnos. Deberíamos.

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