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El hombre que mató a Bin Laden

Zapatero se empeña en que sus voceros le atribuyan un papel crucial en una guerra que nunca fue la suya

Día 03/05/2011

DIEZ años después de que los Estados Unidos lanzaran la mayor persecución de la historia, el terrorista Osama Bin Laden ha sido ejecutado. En esta década, cada comunicado y cada aparición en vídeo del líder de Al Qaida era interpretado por la izquierda como una refutación de la guerra contra el terrorismo, además de una nueva prueba de la estupidez congénita de los militares y de los americanos, juntos o por separado, hasta el punto de que se han llegado a imprimir camisetas con la imagen del asesino saudí como las del Ché. Diez años le ha costado a Estados Unidos localizar y atacar con éxito el refugio paquistaní del enemigo público número uno de Occidente en una operación que empezó hace seis, en Guantánamo, cuando uno de los presos, entre pastores de cabras, dementes, niños y ancianos, confesó el nombre de un correo de Bin Laden. El detalle de Guantánamo no es precisamente baladí, entre otras razones porque demuestra la persistencia antiterrorista estadounidense y el auténtico valor de las políticas de Estado. El republicano Bush comenzó un trabajo que el demócrata Obama ha concluido con éxito, algo impensable en otros países; sin ir más lejos España.

En casi todo este tiempo, la política gubernamental española respecto al terrorismo internacional se ha caracterizado por el mayor de los escepticismos, sobre todo en comparación con los denuedos provocados por Gadafi, contra quien el Gobierno de Zapatero no ha tenido los mismos reparos que con Sadam Hussein. Sin embargo, algo ha debido de pasar para que en menos de lo que se tarda en freír un huevo el PSOE y el Gobierno reivindiquen un papel de absoluta relevancia en la muerte de Bin Laden y lleguen al extremo de asegurar, como lo ha hecho la portavoz socialista Elena Valenciano, que se ha hecho justicia con las víctimas del 11-M. Y no se trata de un lapsus o una confusión con otro 11, el de septiembre de 2001. Para nada. La apropiación del mérito, la «socialización» de la persecución y muerte de Bin Laden no sólo sirve para echar más tierra sobre la masacre del 11-M sino que modifica sustancialmente el perfil de Zapatero, cuya receta post 11-S y 11-M consistía en el diálogo, la Alianza de Civilizaciones y la paz, aquella misma que sirvió para crear una plataforma de apoyo a Zapatero.

Quien no era precisamente un connotado partidario de la estrategia contraterrorista de la administración norteamericana se convierte ahora en un aliado fiel de primera hora, en un líder consciente de la necesidad de la colaboración internacional para acabar con el terrorismo, en trompetero de la causa contra Bin Laden y en abanderado de la acción exterior norteamericana. En el denodado intento por ponerse a salvo de la historia, Zapatero se imagina a sí mismo combatiendo un desempleo del que no es responsable y ahora incluso combatiendo el terrorismo de Al Qaida. El mismo presidente de Gobierno que ha dejado claro que no trabajaba en Lehman Brothers se empeña en que sus voceros le atribuyan un papel crucial en una guerra que nunca fue la suya, algo más impensable e imposible para él que haber tenido trabajo en una empresa privada. Pero si lo primero cuela, lo segundo…

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