EN ocasiones, como decía Miguel de Unamuno, el silencio es la peor mentira; pero siempre, salvo que no se tenga nada que decir, el silencio resulta culpable. No solo porque sea la más ramplona de las formas de la astucia, el burladero de la mediocridad; sino porque se opone al derecho que los ciudadanos tenemos a saber lo que piensan y opinan nuestros líderes sobre las cuestiones que nos afectan y en las que nos va nuestro propio futuro y el de nuestros hijos y nietos. Estoy pensando, como es fácil deducir, en Mariano Rajoy, que, silente como un cartujo virtuoso, deja pasar el tiempo sin arrimarse a la realidad, lo que, suponiendo que sea políticamente confortable, es altamente irresponsable y genera confusión en la imagen y desánimo en los seguidores. En tiempos de tribulación, y estos lo son, los ciudadanos necesitan la voz de sus representantes para tener conciencia de la situación y alimentar la esperanza de sus posibles soluciones o enmiendas. Es, seguramente, la única función no delegable de un gran líder político. Especialmente, si éste, instalado en la oposición, espera su turno de poder.
La máquina de su propaganda, lo único que le funciona al PSOE en niveles insuperables, ha tomado conciencia de que el mutismo estratégico es el talón de Aquiles del líder gallego y, aprovechando la fuerza del adversario, como indican las artes marciales de Oriente, va inoculando en la calle la idea —falsa, pero convincente— de que el PP, o una buena parte de él, es un partido de «extrema derecha». Seguramente el mayor pecado de los de la gaviota, acomplejados como marca la tradición de la derecha clásica española, es no permanecer estables en los supuestos básicos del liberalismo económico e ideológico y, después de entregarle la cultura a la izquierda y de vivir el fervor del Estado de bienestar, haberse desplazado hacia el centro un pelín más de lo debido, pero no importa. La propaganda socialista nunca, ni ayer ni hoy, se sustentó en la verdad, algo que la perturba y desvirtúa. Funciona por el método Goebbels: la repetición machacona de una mentira verosimil. Les va dando resultados. Tantos, que es lo único que, de cara al 22-M, puede frenar en algo la barrida previsible del PP en una inmensa mayoría de los municipios españoles y en la práctica totalidad de las Autonomías en juego. El sambenito ultraderechista, en un caldo de cultivo en el que la izquierda mantiene un prestigio y, según la memoria histórica, merece una reparación, es eficaz. Ahí está la gran trampa: solo puede desbaratarse fácilmente con una rotunda proclama liberal de Rajoy. Es decir, que no se puede desbaratar.