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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Callado está mejor

Enredado en su locuacidad, Zapatero minusvalora la desconfianza de unos mercados que ya no se fían ni de Obama

Día 19/04/2011

DE entre las muchas cualidades de estadista que le faltan en grado necesario a José Luis Rodríguez Zapatero la más imprescindible es el sentido de la responsabilidad, ese instinto de prudencia que limita los impulsos de un gobernante y lo proyecta hacia lo que Weber llamaba una razonable «distancia respecto de los objetos y de los hombres». Lejos de esa madurez instrumental, el presidente tiene por el contrario una acusada tendencia a la frivolidad política que se manifiesta en su propensión a las maniobras tácticas, los discursos impremeditados, la ausencia de capacidad de abstracción y una pasión casi compulsiva por la retórica inoportuna. Lo que podría ser un problema de carácter, un «defecto de fábrica», debería haber alcanzado cierta moderación a través de la experiencia de poder, pero si algo ha demostrado nuestro primer ministro es que se va a retirar con sus defectos intactos. Y no se trata de carencias inocuas porque su expresión suele tener consecuencias inmediatas.

A veces demasiado inmediatas. La ligereza de haber anunciado en China su intención de cesar en los ajustes socioeconómicos, sumada al sainete de la falsa inversión asiática en nuestras comprometidas cajas de ahorros, ha generado una respuesta automática de los voraces mercados financieros, que tras las tensiones en Grecia, Irlanda y Portugal andan hipersusceptibles: cincuenta puntos de subida en la prima de riesgo de la deuda en sólo cinco días. He ahí la factura de la impremeditada facundia electorera del presidente, incapaz de una visión panorámica cuando le puede su pulsión por la propaganda. En su levedad autocomplaciente no percibe que los acreedores externos no le tienen precisamente confianza; por no fiarse ya no confían ni en el mismísimo Obama. Le hubiese bastado con leer la contraportada del «Financial Times», que la semana pasada cuestionó en mayúsculas la solvencia real del país y la solvencia del liderazgo del Gobierno, pero para analizar con realismo las cosas necesitaría un grado de masa crítica que no posee. De donde no hay no se puede sacar.

Estando en juego, sin embargo, un asunto tan importante como la estabilidad fiscal, cabría pedirle al líder de la nación —y también al ex presidente Aznar, que siembra dudas inoportunas— que al menos tenga la sensatez de administrar sus silencios. A estas alturas ya nadie espera que arregle nada, sino tan sólo que, como le decía Di Stéfano a un portero de manos inseguras, no meta dentro los balones que van fuera. Eso es lo que hizo en China, manotear alegremente para colarse —colarnos— un autogol financiero. El lenguaje popular dice que cuando hablan algunas personas sube el pan, pero cuando habla Zapatero lo que sube es la deuda del Tesoro. Callado luce mucho mejor: su locuacidad nos cuesta el dinero. En circunstancias delicadas se puede entender que un dirigente permanezca mudo; lo peor es que no tenga nada que decir… y se empeñe en seguir hablando.

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