TODOS cuantos suben al escenario para, por ejemplo, representar Fuenteovejuna son actores; pero no es lo mismo, ni en gloria ni en dificultad, hacer el papel de Frondoso o de Laurencia que integrarse en el mogollón de quienes, llegado el momento heroico, habrán de responder a la pregunta clave —¿quién mató al Comendador?— con un grito unánime: «¡Fuenteovejuna, señor!». José Luis Rodríguez Zapatero, como primer actor en la escenificación presente de la tragicomedia española, está acostumbrado al protagonismo, a centrar en su persona los pocos aplausos y muchos pitos que suscitan su capacidad y sus retrasos; pero en Europa, en las grandes sesiones del Consejo Europeo, Zapatero es un actor menor, poco más que un figurante con lanza. Algo que viene dado por el anacronismo de sus planteamientos políticos, tan rancios como los de un intelectual orgánico del marxismo ya superado, por su irrelevancia esencial y, sobre todo, por su machacona escasez lingüística. Por eso llama la atención que, en ocasiones, el todavía por un año presidente del Gobierno de España diga algo en Bruselas desde su obediente posición en el coro.
Ayer, en un arranque oratorio, el líder socialista español quiso mostrar su solidaridad con su equivalente luso, José Sócrates, y dijo una frase como para ser esculpida en piedra: «España estará siempre al lado de Portugal». Acostumbrados, como estamos, a su escasez expresiva y a la cortedad de su pensamiento, se entiende suficientemente lo que el de León quiso decir. Algo que, en su literalidad, es incuestionable. Como decía mi desaparecido amigo y maestro de la ciencia taurina Marceliano Ortiz Blasco, España y Portugal están tan cerca la una de la otra que en algún punto, como en Olivenza, son la misma cosa. Poética expresión para quien, como Guillermo Fernández Vara, ha nacido en esa hermosa ciudad pacense y sabe bien lo que es ser portugués y ser español.
Va de suyo que España muestre su solidaridad con nuestros vecinos de por donde se pone el sol y, mejor todavía, que los hechos superen a los dichos. Portugal y España integramos un todo histórico y geográfico debilitado por viejas rencillas sin sentido y con una inmensa potencialidad de futuro. La crisis portuguesa en curso no tiene mucho que ver, ni en su génesis ni en su volumen, con la nuestra; pero bien puede servirnos de aldabonazo incentivador de unas medidas que, por su necesaria impopularidad, el Gobierno comunica con cuenta gotas. En vísperas electorales el futuro debe esperar en las mentes mínimas de quienes, a estas alturas, han podido vislumbrar que España está «al lado» de Portugal. Justo al lado.