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Columnas / HAY MOTIVO

Escaños y escoños

El señor Rubalcaba es un especialista en escurrir el bulto trufando los debates con chascarrillos de taberna

Día 26/03/2011

FELIZMENTE repuesto del calentón de sus adentros, el señor Rubalcaba ha vuelto a la pelea y ahí le tienen, tan terne, tan jaque, tan chuleta, dando tralla retórica y zurriagos dialécticos. Trae la sonrisa bronca; aborrascado el ceño; mezquina la apariencia; áspera la sin hueso. Luce el mohín hipócrita de los que, aún cuando callan, mienten. Y sigue haciendo gala de esa infame costumbre de encañonar al adversario desenfundando el dedo. O sea, Rubalcaba. Entero ¿y verdadero? El gallo, en cualquier caso, despliega, otra vez, la cresta y vivifica el cacareo de las gallinas cluecas. ¡Con un par de espolones! ¡Ya son tuyos, Alfredo!

Mientras la señorita Trini riza el rizo eufemístico a fin de que «el conflicto» no la deje en porretas, el señor Rubalcaba no se anda por las ramas y echa balones fuera a puntapiés de guerra. Tras pasar quince días en el dique seco, nadie podrá decir que el vicepresidente no se haya mojado a fondo al reincorporarse al Parlamento. De hecho, su celebrada intervención del miércoles puede considerarse un anticipo a cuenta (lo suyo sería a cuento) de una grotesca martingala con la que el socialismo hético intenta no abismarse en el horror del pudridero. Allende, leña al moro hasta que aprenda el catecismo. Estopa al mono, aquende, hasta que aguante la cadena.

La alternativa, pues, al César visionario es un sacamantecas ducho en el sectarismo ciego. «Hombre, “pa-siego”, yo. De Solares, na menos», remacha, disparatando al vuelo, nuestro Fénix-Faisán de los Ingenios. No obstante, en el albañal político sólo el humor de saldo acaba surtiendo efecto. Y el señor Rubalcaba —avieso remedo pánfilo del inspector de alcantarillas que doctoró en surrealismo a Giménez Caballero— es un especialista en escurrir el bulto trufando los debates con chascarrillos de taberna. Un tipo que ha dado aliento a los matones (bien fuera por acción o bien por omisión; por criminal malicia o aberrante torpeza) resulta incompatible con una sociedad que, dentro de lo que cabe, aspire a la decencia. Pero así son las cosas y así nos luce el pelo. Este país (¿no oyen las carcajadas?) es el último chiste que queda en la chistera.

El señor Rubalcaba —que siempre ha estado ahí, desde el jurásico, desde que se iniciara el gota a gota en la clepsidra de los tiempos— es, a su estilo, el dinosaurio de la fábula, una obsesión malsana, barbuda y alopécica. Empero sabe mucho (más por diablo que por viejo) y ni ha perdido los dientes ni ha olvidado las tretas. Sabe que la verdad no existe si no se halla refrendada por la verosimilitud capciosa que los telediarios condimentan. Sabe que caricaturizar al enemigo es más rentable que rebatir sus argumentos. Sabe que la aureola del poder acoquina a los propios y achanta a los ajenos. Sabe, en definitiva, que fungir de gallito (¡Con un par de espolones! ¡Ya son tuyos, Alfredo!) es el único modo de caldear el ponedero.

Si el asunto es reñir, estorban las ideas. Si el plató de «La Noria» se traslada al Congreso, diferenciar entre un escaño y un escoño exigirá ser un funámbulo de la sutileza. ¿Qué? ¿No le ve la gracia? Seguro que es usted de aquellos que se han encadenado a la extrema derecha.

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