Mientras Sarkozy reunía ayer en París una cumbre para ser bendecido como nuevo caudillo de la «Liga Anti Gadafi» al amparo de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, el tirano se atrincheraba no lejos de Bengasi y analizaba una iniciativa onusiana que puede acabar siendo una herramienta útil para él.
La puesta en práctica de la zona de exclusión aérea llega con apenas unos kilómetros cuadrados en manos rebeldes. Hemos tenido un mes de rebelión popular durante el que hemos visto a la mayor parte del país sublevarse. Pero la imposición de la zona de exclusión aérea a estas alturas podría reproducir su patética aplicación en Irak entre 1991 y 2003. En 1991, después de no derrocar a Sadam, se le permitió asesinar a decenas de miles de kurdos –con armas de destrucción masiva, por cierto-. Y para lavar la cara de la comunidad internacional se estableció una zona de exclusión aérea que sólo sirvió para asentar al tikrití en el poder hasta que hubo que invadir el país, acabar con su tiranía y establecer la primera democracia árabe. Ahora, la única medida explícitamente excluida por esta resolución es «una fuerza de ocupación extranjera de cualquier tipo y en cualquier parte del territorio libio».
La reunión de París ha consagrado una resolución de la ONU que llega tarde y mal. Pero ayer todos parecían contentos. Nicolás Sarkozy ha logrado recuperar un lugar de preeminencia ante el desinterés norteamericano por comprometer más medios en el Mediterráneo. Y David Cameron tenía razón cuando decía que «Gadafi ha provocado que esto suceda». Lo que no sabemos es si ayer alguien mencionó en París cuántos muertos se consintió al provocador Gadafi en el último mes antes de aprobar y poner en práctica la resolución 1973.