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Columnas / AD LIBITUM

Sin puño y sin rosa

El socialismo clásico es un fracaso continental, en España hemos sustituido los obreros por parados

Día 04/03/2011
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ALGUNOS de los candidatos que el PSOE presentará en las elecciones locales y autonómicas del próximo mayo han decidido el diseño de su propaganda con dominio del color rojo, pero sin la presencia de la rosa, el puño y la sigla que define desde 1879 al socialismo español. Vivimos tiempos en los que los fines tienden a justificar los medios; pero, aún así, esa condición vergonzante de quienes aspiran a gobernarnos y no son capaces de soportar el peso de su propia identidad parece bochornosa. Sería más ético, y muchísimo más elegante y señorial, que si no se sienten orgullosos de su pertenencia al partido que lidera José Luis Rodríguez Zapatero se den de baja y acudan a las elecciones bajo otro manto protector. Además, la ocultación de la sigla socialista en los carteles y demás anuncios electorales de quienes representarán al PSOE en los concejos y parlamentos regionales, ¿no tiene visos de disimulo y estafa, de ocultación de la verdad?

Tomás Gómez y Jaime Lissavetzky, los socialistas que optan a líderes de la oposición en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, ya han presentado las primeras piezas de su campaña, como lo ha hecho Óscar López, aspirante a presidir la Junta de Castilla y León, sin que las cuatro letras que identifican la formación a la que pertenecen, y que los respalda, luzcan en ellas. Dado el relativismo moral en el que nos han incrustado las circunstancias sociopolíticas de Europa y España, es muy posible que ese ocultamiento no le importe a nadie, ni tan siquiera a los más veteranos socialistas; pero es todo un síntoma de descomposición del partido —más partido que nunca— que fue socialista, obrero y español y que, a juzgar por los hechos va teniendo muy poco de esas tres notas identitarias. El socialismo clásico es un fracaso continental, en España hemos sustituido los obreros por parados y ser español no cotiza en muchas de las circunscripciones centrífugas que han desvirtuado las Autonomías que se diseñaron en 1978.

Unos candidatos sin biografía pertenecientes a un partido enmascarado son, en el caso de Madrid, una ofensa a la ciudadanía. Más aún si se tiene en cuenta que sus predecesores, como la crecientemente repipi Trinidad Jiménez o el risible Miguel Sebastián, no actuaron según la confianza de sus votantes y se buscaron la vida (política) en cargos de mayor lucimiento y menor sacrificio que el de jefes de la oposición frente a un gobierno con mayoría absoluta. Llegan al provocador desparpajo de que Lissavetzky, que es miembro todavía del Gobierno que ha fraguado el insoportable paro que padecemos, propone hacer de Madrid «la ciudad del empleo».

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