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Columnas / AD LIBITUM

El ejemplo alemán

Un buen plagio, como parece el del alemán, es siempre más provechoso para el común que una ignorancia enciclopédica

Día 18/02/2011

EN el supuesto de que, en un país donde los niños llegan a enfermar por la contemplación del gozo de sus hermanitos, la envidia puede ser sana, será cosa de envidiar, y mucho, a los alemanes. Hubo un tiempo, cuando Otto von Bismarck lucía con un casco pinchudo, en que Alemania le producía susto a muchos de nuestros compatriotas y, después, con el III Reich, el susto mutó a pánico con toda justificación. En nuestros días, cuando el euro es el pilar que mejor sostiene nuestras esperanzas económicas y Angela Merkel mece la cuna del sosiego continental, ya no hay mayores razones para el recelo y cunde la admiración. La envidia bien entendida, que dicen quienes, atrapados por ella, pretenden vendernos generosidad y altura de miras, puede salvarnos si deriva en emulación.

Cuando se mira quiénes están y cómo se comportan en el Gobierno y en la oposición, cuál es el discurrir de nuestra docena y media de parlamentos y cuáles son, entre la tensión y la falacia, los grandes asuntos del debate nacional, reconforta considerar que el más encrespado debate que vive el Bundestag y la más aguda crisis gubernamental se centra en la figura de Karl-Theodor zu Gutemberg, ministro de Defensa. Al, supongo, descendiente del inventor de la imprenta le acusan, y con crueldad, de haber plagiado una buena parte de sus tesis doctoral que, dicho sea de paso, se centró en la comparación entre el Derecho Constitucional en los EE.UU. y en la Unión Europea.

Un catedrático de Bremen, Andrea-Fischer Lescano, ha denunciado el supuesto plagio del barón de Gutemberg y los alemanes, que no han perdido el pundonor, arman la tremolina. Me encantaría que Carme Chacón, por citar entre iguales, también hubiera copiado una tesis tan enjundiosa. Sírvanos el esperpento comparativo para escandalizarnos por la escasez de las biografías académicas de nuestros notables de la política que, salvo excepciones merecedoras de respeto y admiración, son tan cortitas como sus experiencias vitales y laborales. Muchos de ellos, en proporción crecientemente alarmante, han saltado de la enseñanza media —es decir, de la nada— al vacío infinito de las juventudes de los partidos en los que, a juzgar por lo visto, todo aquel que no repta escala y el alpinismo constituye la disciplina fundamental para quienes el día de mañana serán nuestros gobernantes. Un buen plagio, como parece el del alemán, es siempre más provechoso para el común que una ignorancia enciclopédica. En el debate sobre el presunto plagio de un ministro del Gobierno hay más riqueza que en el de un ERE en Mercasevilla o un Gürtel valenciano. Y le sale más barato a la Nación.

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