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Fumando ectoplasmas

Día 12/02/2011

Cuando Dana Milbank, el columnista del «Washington Post», reconoció que tenía «un problema Sarah Palin», que no paraba de escribir de ella (como muchos otros) y que declaraba febrero mes libre de Sarah Palin, inmediatamente pensé en Belén Esteban. También en que febrero es el mes más corto del año, tío. Vale que Meryl Streep se parece más a Margaret Thatcher (es por la estructura de la nariz), pero igual que no hay razón para escribir tanto de Sarah Palin no la hay para escribir de Belén Esteban. Lo cierto es que si se me ocurriera perpetrar una columna o un artículo sobre, digamos, las antropólogas Ruth Benedict y Margaret Mead (por separado o juntas), lo más probable es que me dijeran que de quién demonios estoy hablando, por mucho que sus vidas fueran más interesantes que la de Jackie Kennedy. Y lo mismo pasaría si escribiera de Deborah Mitford, que ha sido noticia recientemente por su acosador, del que consiguió el mes pasado una orden de alejamiento. Lo que demuestra que nunca se es demasiado vieja para ser acosada (lo de delgada y rica está muy pasado para repetirlo).

Así que nos quedan Sarah y Belén. Porque ¿las Azúcar Moreno realmente interesan a alguien? Y con ambas, Sarah y Belén (no Toñi y Encarna), que no son nada, hay dependencia. Codependencia. Los medios las necesitan a ellas y ellas necesitan a la prensa para seguir siendo lo que son (que no está muy claro de qué se trata). El jueves, cuando en «Sálvame» la de San Blas volvió a estallar y yo volví a engancharme, me asaltó una duda. ¿Estoy viendo esto porque sé que puedo escribir de ello o lo vería aunque no tuviera que escribir? Pues para qué vamos a engañarnos, creo que lo vería igualmente y, a la vez, voy y me olvido del maestro Paul Johnson y de que el último recurso del columnista es comentar la televisión. Por supuesto, da exactamente igual de qué fuera la vaina esta vez. Era por algo que había dicho Jesulín de Belén vía Raquel Bollo, que ahora es médium. Lo más gracioso es que, esa tarde, Belén solo intervino por teléfono, cebando de forma espontánea su intervención de anoche, postulándose para quitar todo el protagonismo a la caja de Lydia Lozano. Pero era ella en toda su mismidad. Con sus tics. Por ejemplo, el de silabear. «Ten-drá-po-ca-ver-güen-za», decía de Jesulín. Belén es como Philip Sassoon, el político y anfitrión social, de quien Cecil Beaton escribió en «El espejo de la moda» que «cuando hablaba, recalcaba cada sílaba con una lengua que parecía un martinete de fragua».

Veo doble, y raro, como en un test de Rorschach. Palin-Belén, Meryl-Margaret, Sassoon-Belén. Pero es que cada vez que sale Laly Bazán, la tita de Jesulín, me recuerda a Arianna Huffington. Me tengo que quitar de Belén, como Milbank de Palin. Pero no hay manera. Es que hasta marca tendencia. A su pesar. Ayer, en su preparación para el polígrafo, cuando iba por la calle camino de hacer las pruebas previas a someterse al interrogatorio, la seguía una cámara y una reportera micrófono en mano. Belén en la suya (en su mano) llevaba un cigarro al que daba caladas. Y como según la ley no puede salir gente fumando en la tele, pixelaron el cigarro mientras se lo acercaba a la boca, con lo cual parecía que Belén se estuviera fumando un ectoplasma. Debo de ser fácilmente impresionable pero me pareció fascinante. Fumar ectoplasmas no sé si perjudica la salud, que nada han dicho las autoridades sanitarias. Eso sí, Belén Esteban siempre tiene algo que añadir a la cultura popular. En eso supera a Sarah Palin.

POR ROSA BELMONTE

MADRID

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