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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Generaciones perdidas

Por arriba y por abajo de la pirámide de población activa, la crisis está creando dos generaciones fracasadas

Día 30/01/2011
UNOS no encuentran trabajo antes de la treintena y otros lo pierden apenas pasados los cincuenta; puede tratarse de padres y de hijos a quienes la crisis está obligando a competir entre sí en un mercado cada vez más estrecho. Los sociólogos han empezado a hablar de la juventud contemporánea como una generación perdida, denominación de raíz literaria que embellece el drama con ecos de las vacías fiestas de Fitzgerald o del decadente y cálido universo de Faulkner, pero se trata de al menos dos: la de los jóvenes condenados a la precariedad bajo un forzoso síndrome de Peter Pan laboral y la de los adultos despojados prematuramente de la dignidad del empleo. Varios millones de españoles de diferente edad unidos por la angustia de un fracaso social capaz de desvertebrar un país.
Casi la mitad de los menores de treinta años está en paro, y uno de cada tres jubilados de 2010 procedía directamente del desempleo. En un millón bien largo de hogares españoles no hay ningún miembro con trabajo: la familia actúa como amortiguador de la quiebra a base de agrupar subsidios en una sola unidad de consumo. Por arriba y por debajo de la pirámide de población activa se están formando dos generaciones arruinadas, intimidadas por la posibilidad seria de expulsión del sistema o del aplazamiento indefinido de su integración. Es el retrato de una catástrofe.
La mayoría de nuestra juventud contempla el debate de la reforma de pensiones con una lejanía indiferente; su prioridad es la inserción en un mercado laboral que los rechaza y la jubilación se les antoja una utopía casi ucrónica. La inquietud de la población adulta consiste en cómo mantener el empleo hasta una jubilación cada vez más distante, que para muchos mayores de 52 supone tan sólo la prolongación del paro. Con las condiciones actuales ya es heroico alcanzar en activo y sin interrupciones graves la edad de retiro; con las nuevas sólo llegarán a ella los funcionarios que hayan empezado a trabajar muy pronto. Para el resto se trata de una carrera de obstáculos en la que siempre se tropieza con alguna valla; una carrera en todo caso cada vez más corta, con un comienzo tardío, un final acaso prematuro y en medio la amenazante traba del despido y de la inestabilidad.
De ese marco estancado de pesimismo social sólo puede salirse mediante una reactivación significativa y constante del empleo de la que no aparecen síntomas ni a medio plazo. Para evitar el colapso se necesitan entre tres y cinco millones más de nuevos cotizantes, pero la economía está en estado de coma y amenaza con un largo estancamiento. Con un horizonte tan lejano, la pregunta que cabe hacerse es si la reforma de la jubilación puede tener sentido en un tejido laboral destrozado o si una medida así, en ausencia de recuperación, sólo sirve para transferir el problema de las pensiones al desempleo.
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