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El astuto dinosaurio

efe

F. DE ANDRÉS

Ben Ali Presidente de Túnez

Puede pasar por ser el dandy de los autócratas árabes del Magreb. Todos ellos de edades muy respetables. Zine El Abidine Ben Ali tiene 74 años, 23 de ellos en el poder. Mubarak, el «faraón», 82. El histriónico Gadafi, 68. Y el «zorro argelino», Buteflika, 74. Su aspecto occidental refleja lo que quiere para Túnez: un pequeño país próspero, abierto a Occidente y culto. Hacer todo eso compatible con un régimen autoritario, de hecho de partido único, es una tarea que hoy más que nunca se revela excesiva.

Llegó al poder en 1987, pocos días después de que el viejo Burguiba, padre de la independencia de Túnez, le nombrase primer ministro. En una jugada maestra, el nuevo premier declaró inhábil a Burguiba por «senilidad». A aquella maniobra algunos la calificaron de «golpe de estado médico». Tras la larga etapa de estancamiento, Ali vino con altas expectativas de modernización y democratización que el paso de los años han ido empañando.

El presidente tunecino ha tenido la habilidad de presentarse ante Occidente como un baluarte de estabilidad frente a la expansión del integrismo. Cultiva una imagen de pragmático y ha llevado a cabo una política económica moderadamente liberal que, gracias sobre todo al turismo, consiguió crear una cierta clase media en la que también se ha apoyado su régimen.

Pero ni ha modernizado y, ni mucho menos, ha democratizado su país. Cuando llegó al poder anunció que se acababa la presidencia vitalicia y que el máximo periodo en el poder se reduciría a tres mandatos. Pero, a estas alturas, Ben Ali ya va por el quinto, y sin la menor intención de ceder la poltrona.

Ali ha prometido la «democratización sin precipitaciones». Y desde luego precipitarse, no se ha precipitado. En 2002 hizo modificar la Constitución para seguir acumulando mandatos presidenciales. Y a medida que se ha aferrado al poder, ha ido ahogando a todo tipo de oposición. La dureza con que, durante más de dos décadas, ha reprimido a los grupos radicales islamistas le ha valido todos los parabienes de Estados Unidos y de Europa. Las críticas son más solapadas a la hora de juzgar el modo de perpetuarse en la presidencia. En tres ocasiones Ben Ali consagró en las urnas el «milagro» del 99,9 por ciento de votos.

Pero, contra viento y marea, ha sido siempre astuto para capear crisis, consolidar la complicidad de sus valedores occidentales, disimular ante sus vecinos y tapar la realidad profunda de su país tras una fachada de estabilidad. Hasta que la realidad han terminado por desgarrar el frágil telón de la fachada.

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