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Fumar es algo más que humo

No se puede ver el fumar sólo desde el punto de vista sanitario, hay que verlo también desde el social y de convivencia

Día 05/01/2011
LO cuenta Camba: en una tertulia literaria se habla de un colega que anda mal, muy mal. «No tiene —dice uno de los presentes para confirmarlo— ni para comer». «¿Y para fumar, tiene?», pregunta otro. Camba lo pone como ejemplo de que los españoles fumamos más que nadie, después de haber traído el tabaco a Europa de América. Yo lo uso para advertir que fumar en España ha venido siendo algo más que un hábito, que un vicio, para significar la mayoría de edad en vida de los hombres, como el salirles la barba o el servicio militar. No por casualidad, en los años duros de la posguerra, había una cartilla del tabaco como una de racionamiento, igualando su importancia.
¿Por qué? Se lo puede decir cualquier fumador: porque el pitillo es uno de los pequeños grandes consuelos en este mundo, sencillo, accesible, barato, que alivia las tensiones, ayuda a pasar los malos tragos e incluso inspira, aunque eso puede ser imaginación de los escritores. En cualquier caso, no se puede ver el fumar sólo desde el punto de vista sanitario, hay que verlo también desde el social y de convivencia. Encontrándonos en un verdadero aprieto.
Por lo pronto, hay derechos enfrentados: el de los fumadores y el de los no fumadores. Y si la democracia es el derecho que tengo a extender mi brazo cuanto quiera, siempre que no haya la cara de otro por medio, fumar debe estarme permitido, siempre que no obligue a otro a inhalar el humo de mi cigarrillo. Equilibrar ambos derechos tratándose de algo tan íntimo como los placeres personales debe hacerse con exquisito cuidado, sin avasallar ni, menos, excluir, teniendo siempre en cuenta el derecho de la mayoría y el respeto a la minoría, que eso también es la democracia.
Dicho esto, debo añadir que el fumar está condenado a ir desapareciendo, como ya empieza a ocurrir y demuestra que las compañías tabaqueras se estén diversificando, produciendo ahora desde cereales hasta zumos y yogures. Esta tendencia se debe no tanto a la subida de precio ni a los decretos gubernamentales, que nunca han logrado detener la marcha de la historia, sino a que la gente, sobre todo en los países desarrollados, quiere vivir más y en mejores condiciones, cosa que el tabaco no ayuda. De hecho, si las mujeres no se hubieran puesto a fumar como chimeneas, como demostración de su «mayoría de edad civil» y porque les han dicho que ayuda a no engordar, ya serían muchísimos más los no fumadores que los fumadores. Aunque siempre habrá de estos últimos.
Sólo me queda añadir, para satisfacer la curiosidad del lector, que nunca he fumado. Lo intenté de joven, pero no fui capaz. Entonces fue una pequeña tragedia, hoy lo veo como una suerte, pues me ha ahorrado la tortura de dejar de fumar.
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