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Columnas / AD LIBITUM

El poder sindical

Toxo y Méndez son dos patas para un banco de izquierdas que se atiene a los diseños del fascismo clásico y vociferante

Día 19/12/2010
«¡Confiar y esperar!», gritaba Alejandro Dumas —el padre, el bueno— para definir la sabiduría y predicársela a sus vecinos. Ese fue, además, el lema del Conde de Montecristo. En España, la fórmula de Dumas le pone un precio muy alto a la sabiduría. Si acotamos la reflexión a lo político, ¿en quién podemos confiar aquí? Lo de esperar es más fácil y, de hecho, no hay ciudadanos en el mundo con la capacidad que para ello tenemos los españoles. Llevamos varios siglos de plantón, tratando de ver llegar las libertades plenas y la democracia verdadera, pero todo se nos va en sucedáneos y falsificaciones.
Entre quienes integramos el censo, los que menos confían y más pronto desesperan son los sindicalistas con mando. Anda ahora el Gobierno, y con él todos cuantos caben en el Pacto de Toledo, dándole vueltas a un nuevo modelo de pensiones que pueda concordar con las posibilidades del Estado y las exigencias de la UE y, antes de que surjan las primeras conclusiones útiles, ya se manifiestan en la vía pública, sin ahorro alguno en el griterío. Es una forma de coacción antidemocrática y soez; pero los sindicatos parecen disfrutar de licencia para ofender la razón y violentar el orden y los supuestos de los representantes ciudadanos.
En ese ambiente de negación democrática, hostil a la representación parlamentaria, sobresalen las figuras energuménicas de Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez. Dos patas para un banco de izquierdas que, como gran contradicción, se atiene a los diseños del fascismo clásico y vociferante. La función sindical no es un estrambote para el soneto parlamentario. Ni tan siquiera tiene rima y medida. Es, en su formulación presente, la continuidad formal y funcional de la organización sindical del franquismo. Un despropósito que trata de sustituir en la calle, con ruido y alboroto, los votos que no consigue en las urnas. Pero, ¿qué democracia es esa en la que unos cuantos líderes autoproclamados, subvencionados e instalados en la bicoca, sin más representación que la de unos pocos trabajadores afiliados y pendientes del pago de su cuota, pueden enmendarle la plana a la mayoría de los representantes reunidos en el Congreso?
La determinación de los principios directores de un sistema de pensiones es un diseño político, pero la articulación de sus pagos y la periodificación de sus cuantías es cuestión técnica. Ante la imposibilidad de repartir lo que no hay, que es lo que se pretende, debe actuar el sentido común, sin amenazas sindicales. Confiar, dado el reparto representativo que tenemos a la vista, es difícil; pero esperar es inevitable.
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