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Columnas / AD LIBITUM

Obsesión retrospectiva

Esa costumbre retrovisora que niega la ilusión del mañana nos tiene anclados a un periodo no siempre edificante

Día 09/11/2010
ESPAÑA es, desde siempre, víctima de una obsesión retrospectiva que nos dificulta enfrentarnos al futuro y mirar el mañana como esperanza mejor que como castigo. Desde que Jorge Manrique acuñó como expresión virtuosa que «cualquier tiempo pasado fue mejor», vivimos una nefasta tortícolis colectiva que nos impide mirar de frente. De ahí esa costumbre retrovisora que niega la ilusión del mañana, dificulta el gozo del presente y nos tiene anclados a un periodo no siempre edificante y habitualmente cainita y áspero, incapaz de valorar lo propio de tanto ambicionar lo ajeno.
Un acontecimiento tan sencillo y espiritual como la visita del Papa Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona, da pie a todo un debate comparativo entre el laicismo radical con el que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero interpreta la no confesionalidad Estado que marca la Constitución con el anticlericalismo que, en el fragor de la República, especialmente desde la Revolución de Asturias hasta el final de la contienda civil, llegó al paroxismo asesino. ¿No nos basta con el presente? ¿No sería más fecunda la ensoñación de los venideros años santos compostelanos y de los días en que se concluya la construcción de la Basílica de la Sagrada Familia? La comparación, además de estéril, carece de sentido. ¿Se puede imaginar un viaje a España, en cualquiera de los años treinta del siglo pasado, del entonces Papa Pío XI?
Esa obsesión por el pasado, por su recuerdo o su invención, no parece tener límites. Felipe González, que no suele dar puntada sin hilo, le ha confesado a El País, en la persona de Juan José Millás, que en un momento dado de sus años al frente del Gobierno de España, «tuve que decidir si volaba la cúpula de ETA». ¿Puede aceptarse como mejor un tiempo pasado en el que el jefe del Ejecutivo sometía a reflexión en la intimidad de su despacho la conveniencia de autorizar un acto terrorista, un asesinato, aún teniendo la justificación (!) de la eficacia antiterrorista para tan repugnante crimen de Estado? No. El tiempo pasado nunca fue mejor y alguna razón debe haber, aunque sea de naturaleza geriátrica, para que el siempre astuto y distante González reverdezca unos recuerdos que no mejoran su imagen, debilitan la posición ética del Gobierno socialista y en los que se acredita que el entonces ministro del Interior, José Barrionuevo, tenía «detenida» a una víctima, Segundo Marey, a quien todos creíamos «secuestrado». González, por mirar hacia atrás, puede quedarse como la mujer de Lot y, ya convertido en estatua de sal, servir de monumento celebrador de la bondad del mañana.
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