Capitulares era ayer una calle en guerra, una vía en estado de excepción en pleno centro de la ciudad. A la altura de María Cristina se escuchaban el tumulto y los pitos, que se iban haciendo ensordecedores a medida que uno se acercaba al punto de conflicto: la confluencia entre Claudio Marcelo, la Espartería y Capitulares.
Dos centenares de funcionarios públicos se manifestaban con los ánimos bastante exaltados, gritaban y mostraban pancartas donde el lema recurrente era uno: «Enchufismo». No había grandes siglas convocando ni banderas sindicales. Las vallas y la nutrida presencia de miembros de la Policía Nacional intentaban contener la avalancha mientras iban llegando trajes oscuros que apenas se detenían a saber lo que pasaba.
Uno de los manifestantes exhibía un cartel naranja con una leyenda muy expresiva: «Se vende Andalucía. Razón Griñán, señorito del cortijo». Otro instaba a crear una Administración que no estuviera politizada, que es lo que temen por los planes de la Junta de Andalucía. Faltaban bastantes minutos para la llegada de la persona a la que ellos esperaban, que no era otro que el presidente de la Junta de Andalucía, pero mientras tanto no les faltó diversión.
Gritos contra todos
Al mediodía debía llegar José Antonio Griñán a la sede de la Delegación Provincial de Cultura y allí le esperaban los funcionarios, que protestaban contra el decreto de la Junta de Andalucía de reordenación del sector público, ya que entienden que supone pasar por alto sus derechos y la creación de una administración paralela.
Se hizo esperar el presidente, pero los manifestantes la emprendieron contra todos los que llegaban. El rector de la Universidad, José Manuel Roldán Nogueras, acompañado por su equipo, tuvo que escuchar una pitada bastante estruendosa cuando accedía al callejón que da acceso a la Delegación de Cultura, aunque todos pasaron como quien soporta un chaparrón sin paraguas: corriendo y sin mirar a ninguna parte para no perder tiempo.
Más valiente fue el candidato del PSOE a la Alcaldía, Juan Pablo Durán, que se arriesgó a parlamentar con los exaltados manifestantes y se mojó. Bastante. Su conversación no fue excesivamente larga, pero estuvo plagada de palabras poco cordiales, entre las que sobresalía una nada amistosa: «¡Sinvergüenza!».
Con la frialdad habitual de los políticos, el alcadable apenas perdió la sonrisa de la cara y después de un rato en que no fue capaz de convencer a nadie terminó por seguir el camino de sus compañeros.
La tormenta arreciaba y los asistentes, ya desde la comodidad, bien custodiada por la Policía, del interior, escuchaban el griterío cuando entraba el sembrador de vientos que debía cosechar la tempestad. Griñán se bajó del coche oficial como quien oye llover, soportó con estoicismo senequista la lluvia de improperios, igual que por la tarde haría la consejera de Igualdad, Micaela Navarro, aunque con un coro mucho menor.
Al poco se disolvió la manifestación. Al terminar el acto, en el carril izquierdo de la calle Capitulares sólo había oscuros coches oficiales de lunas tintadas a la espera de que sus amos volviesen a sentarse en ellos.