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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Griñaninis

Los jóvenes guardias del PSOE se han saltado demasiados peldaños en su escalada. Se les ha atrofiado el sentido ético

Día 31/10/2010
UNO de los problemas que amenazan al postzapaterismo es la ausencia de una nomenclatura socialista de refresco. En la última década Zapatero ha entregado el control del partido a una generación de jóvenes tan ambiciosos como poco preparados que han aterrizado en la política directamente sobre los cargos públicos, sin pasar —como el propio líder— por ningún otro ámbito de formación ni de trabajo; carentes incluso del idealismo elemental que suele impulsar las aspiraciones de entrar en la vida pública. Por eso en cuanto las cosas se han puesto realmente feas el presidente ha tenido que llamar en su socorro a veteranos como Rubalcaba, Jáuregui o Iglesias: también auténticos profesionales del poder pero dotados al menos de la graduación de la experiencia. Detrás del zapaterismo no hay nada; sólo una pléyade de dirigentes sin madurar apalancados sobre el aparato y asimilados antes a los viejos vicios políticos que a las virtudes renovadoras.
A José Antonio Griñán le ha estallado en la cara, a las primeras de cambio, su apuesta por esa generación de jóvenes guardias a la que encargó la liquidación de la anquilosada dirigencia chavista. La dimisión forzosa de su número dos, Rafael Velasco, ante el escándalo de los fondos de formación —740.000 euros— entregados por la Junta a la academia de su mujer, ha desbaratado de golpe la estructura de poder orgánico sobre la que pretendía asentarse el presidente andaluz tras heredar el virreinato de un Chaves con el que ya se ha distanciado. Los griñaninis —ni estudios ni trabajo: copyright del implacable y mordaz Paco Robles— se han salido de la pista a los pocos metros de carrera y han puesto de manifiesto la insolvencia de ese estilo agresivo y talibán que oculta la carencia de principios en una patrimonialización de la política. La crisis deja el liderazgo de Griñán muy desairado y desprotegido; ni funciona su cadena de confianza ni se entera de lo que sucede en su entorno. Pésimo escenario para un dirigente poseído por un altísimo concepto de sí mismo.
Pero más allá del fallido ojo clínico del presidente de la Junta, el episodio interroga sobre la aptitud de una hornada dirigente —no sólo del PSOE, ojo— que se ha saltado demasiado peldaños en su escalada. Esta gente ha crecido en la idea de que la política es un territorio de ambiciones, un campo para una carrera personal en la que resulta fácil acortar el trayecto del mérito o del esfuerzo por los atajos de la maniobra sectaria o la obediencia bien administrada. Y se les ha atrofiado el sentido del servicio público y de la ética civil, hasta provocarles un cortocircuito intelectual y moral del que sólo pueden salir achicharrados. Porque lo peor es que el tal Velasco acaso no entienda aún por qué ha tenido que irse de mala manera. Cabe esperar que al menos Griñán, que es de otro tiempo, sí lo sepa, aunque le cueste admitirlo.
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