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Uno baja y el otro no sube

Quizás ocurra que Zapatero y Rajoy son las dos caras de una misma moneda, una más desgastada que la otra

Día 12/10/2010 - 03.17h
DECÍA Napoleón que un general malo es mejor que dos buenos. Sabia conclusión de quien conoció la cadena del mando y sus potenciales divergencias; pero, pensando en José Luis Rodríguez Zapatero, ¿la teoría napoleónica del generalato es transportable a la sargentada que le acompaña e integra el Gobierno de España? El zapaterismo es un curioso fenómeno político y humano que no se ajusta a lo que nos enseña la experiencia de la Historia. Su degradación es constante, pero no arrastra la del PSOE que le llevó al poder y le mantiene en él. La desconfianza que genera el líder, y que ayer evaluaban de parecida manera las encuestas de los dos periódicos —La Razón y Público— que flanquean la normalidad informativa en España, no incrementa la confianza de su principal antagonista y contrafigura, Mariano Rajoy.
Tiene Razón Ignacio Camacho, mi admirado vecino, cuando previene al PP de que un relevo en la candidatura socialista podría perjudicar seriamente la potencialidad presidencial de Rajoy. Es, dicho de otro modo, el gran fracaso del partido de la gaviota. La degradación de Zapatero no arrastra a su partido tanto como la de Rajoy, víctima de cautelas patológicas, impulsa la del suyo. Eso no es normal en un país de clases medias crecientes y en el que, felizmente, el último vestigio «proletario» es el que presentan los parados de larga duración y los inmigrantes de peor fortuna.
Quizás ocurra que Zapatero y Rajoy son las dos caras de una misma moneda. Una más desgastada que la otra, pero ambas empecinadas en sostener lo insostenible y en no abordar las profundas transformaciones, incluso en el orden constitucional, que España necesita para salir del agujero de la crisis y proporcionarnos a los ciudadanos un ímpetu esperanzado que nos permita contemplar el futuro sin pesimismo. Ni Zapatero puede continuar al frente de un Gobierno de sargentos estampillados, no formados en la materia de su responsabilidad ni curtidos en la práctica política, ni Rajoy puede aspirar a la alternancia sin explicitarnos primero cuáles son sus proyectos y el perfil de su equipo venidero. Por eso uno se viene abajo sin precipitar, según marca la ley de la palanca política, el ascenso del otro.
Los escasos periodos de normalidad democrática que hemos vivido en los últimos dos siglos, desde la Constitución de Cádiz a la del 78, se mantuvieron al grito de luz y taquígrafos; pero hoy la corrupción generalizada lo oscurece todo y sobran los taquígrafos porque, hurtado el Parlamento de su natural debate, no hay nada que anotar. Se han instaurado el silencio y, lo que es peor, la desesperanza ciudadana.
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