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Columnas / una raya en el agua

Huelga autista

Los únicos que se juegan algo en esta huelga son sus convocantes, sometidos a un desgaste social que se han ganado solo

Día 29/09/2010 - 02.49h
SI usted está leyendo este artículo en papel podrá decirse sin mucha osadía que la huelga general ha fracasado. Habrán abierto los quioscos, funcionado mal que bien los transportes y usted habrá podido comprar el periódico camino de su trabajo en un día de relativa normalidad. Si por el contrario no tiene otro modo de leerlo que en internet puede que los sindicatos hayan tenido un éxito razonable, que el país esté medio paralizado y que la convocatoria haya gozado de un eco significativo. Sucede que tanto en un caso como en otro nada va a cambiar, nada debe cambiar. Y que mañana todo seguirá más o menos como estaba… salvo que Zapatero vuelva a dar una improbable voltereta de su estilo.
Los únicos que se juegan algo serio en esta huelga son sus convocantes, sometidos a un desgaste social que se han ganado a pulso. Primero con su apalancamiento en los privilegios de la concertación social, con su dislate de liberados y sus prebendas de cursos de formación, con sus subvenciones millonarias, con su transformación en una casta blindada al margen de los avatares laborales de sus representados. Después, con su pacto con el Gobierno zapaterista, origen de una política de gasto que situó las finanzas del Estado al borde de la quiebra; cubrieron y respaldaron los errores del poder público en medio de una crisis que devastaba el tejido social sin que ellos levantasen la voz y actuaron como fuerza de protección de un Ejecutivo a la deriva. Por último, cuando Zapatero se vio obligado a rectificar bajo la presión de los socios internacionales que financian nuestra deuda, escenificaron un drama de amantes traicionados que ha desembocado en esta huelga más dirigida a salvar su propia reputación que a rectificar unas medidas imprescindibles para sostener la solvencia española.
La jornada de hoy es un órdago autista en el que los sindicatos sólo se desafían en realidad a sí mismos. La soledad política del zapaterismo encoge el ímpetu sindical porque las centrales temen desanudar los lazos con su único aliado cercano, que a su vez no desea el fracaso de sus más próximos parientes ideológicos. Ésta es una huelga llena de mala conciencia mutua, y esa sensación es tan transparente que ha motivado en las vísperas una patente indolencia ciudadana. No existe riesgo de ruptura; si acaso, de que el Gobierno encuentre un pretexto para aflojar un poco su reciente ímpetu reformista. De todos los grandes paros de la democracia el de hoy es el menos enérgico en sus motivaciones, al margen de cuál sea el resultado; al final, una huelga se decide en los transportes colectivos, y si éstos alcanzan un nivel de colapso importante la gente desiste de ir a trabajar aunque pretenda hacerlo.
Pero mañana, si el presidente cumple su palabra, todo seguirá igual. Y si no la cumple, los sindicatos podrán sacar pecho pero el país deberá contener el aliento porque volveremos al riesgo de bancarrota.
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