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Brueghel

El cuadro recién identificado del gran pintor flamenco debe quedarse en España y en el Museo del Prado

Día 26/09/2010
LA discreción de Miguel Zugaza, un vizcaíno corto en palabras, resta visibilidad pública a una de las ejecutorias más eficaces y brillantes en la gestión de la cultura española a lo largo de esta primera década de siglo. Bajo su dirección, el Museo del Prado ha incrementado su prestigio internacional y, lo que parecía más difícil, la estima de los propios españoles por la pieza fundamental de nuestro patrimonio artístico. En una época de devaluación y menosprecio de la tradición cultural propia, un museo consagrado a los antiguos maestros ve aumentar día a día el número de sus visitantes, y ello se debe a una acertada política de exposiciones y divulgación. Antes de hacerse cargo del Prado, en la fase final (y más complicada) de su remodelación, Zugaza había logrado consolidar el Museo de Bellas Artes de Bilbao como la segunda pinacoteca de España, y eso cuando el flamante Guggenheim amenazaba dejarlo en la sombra.
Del Museo del Prado, con Miguel Zugaza al frente, llegan a menudo buenas noticias. La comprobación de la autoría de El vino de la fiesta de San Martín, de Brueghel el Viejo, puede calificarse, como lo ha hecho Francisco Calvo Serraller, de acontecimiento trascendental por su dimensión histórica. En rigor, no se trata del descubrimiento de una obra maestra. Ya se sabía de la existencia del cuadro. Incluso se había especulado con su posible atribución a un descendiente y discípulo del gran pintor flamenco, pero precisamente la incertidumbre acerca de su autenticidad y el hecho de pertenecer a un propietario particular lo habían mantenido al margen del conocimiento público. Ahora que lo hemos visto, al menos en reproducciones fotográficas, sorprende que se haya considerado dudosa, durante tantos siglos, la identidad del autor. No soy un experto en autentificaciones artísticas, pero la mera frecuentación de las obras de un pintor de genio crea un instinto, y he pasado horas y hasta días ante los cuadros y grabados de Brueghel (por cierto, don Julio Caro Baroja nos recomendaba una inmersión prolongada en la obra de aquél a quienes nos iniciábamos en los estudios etnográficos e históricos). Es verdad que Brueghel el Viejo tuvo una legión de epígonos, no sólo en su familia. En el museo bilbaíno que dirigió Zugaza hay una buena representación de los mismos. El lenguaje del maestro, con todo, resulta difícilmente imitable en la su ironía, plasmada en una disposición retórica que desplaza los elementos más significativos de la composición a la anécdota marginal, como —en el caso que nos ocupa— el santo de Tours, identificable por la espada que corta la capa y la pluma de ganso en el sombrero, alejándose de la libación colectiva que constituye el motivo central del Sint-Maartencampesino.
Hay una curiosa analogía entre el camuflaje deliberado del sentido en los cuadros de Brueghel, la inadvertida presencia en España de uno de sus cuadros más hermosos y, en fin, la silenciosa y magnífica labor de Zugaza y de su equipo. El vino de la fiesta de San Martíndebería quedarse en el Prado aunque no fuera más que para recordarnos, en un tiempo de pesimismo, que los españoles poseemos todavía valiosos recursos ignorados.
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