Con las «majaderías» de Zapatero, el director de Funcas, Victorio Valle, ha estado desafortunado en las formas, pero acertado en el fondo del debate, incluso en la previsión. Solo unas horas después de su augurio sobre la subida de impuestos, lo ha confirmado la ministra de Economía. Con la demagogia y ocultismo habituales con los que se trata este asunto. Ha llamado ajuste a la subida, a usted no le quitan más dinero sino que le ajustan, ha seguido sin precisar quiénes son los ricos y lo ha rematado dando por supuesta la satisfacción de los afectados.
La ministra debiera saber que es tan políticamente incorrecto criticar los impuestos que a los que pagan ni siquiera se les da la oportunidad de opinar. No hay más que repasar la ausencia de preguntas de una mínima sustancia en esta materia en las encuestas del CIS. Por si acaso resulta que los que más pagan están hartos y los que menos pagan encantados y deseosos de que suban los impuestos a los demás.
Lo que no ha impedido la apertura de una vía de libertad en el debate sobre esta materia. Tanto sobre la justicia misma de las cargas a los más productivos como sobre el destino de lo detraído a los ciudadanos. Jean-François Revel, un intelectual francés sin miedo a los tabúes políticos, escribió que el gran arte económico consiste en que el poder público desvalije a mi vecino en mi provecho y, si es posible, sin que éste sepa adónde va la suma que se le detrae.
Porque es posible que se vaya a «majaderías», a decisiones estúpidas o inconvenientes. O a algo aún peor. A la promoción electoral del partido en el poder, a la satisfacción material de sectores sociales donde están los votos socialistas. El problema del tremendo déficit público que debemos sufragar reside en eso, en que la política fiscal tiene, en contra de lo que dijo Zapatero, color ideológico. Incluso, color partidista.
