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La sociedad dual

Día 09/09/2010 - 03.02h
Son dos caras de la misma moneda y se nota tanto cuando llega el momento de pronunciarse sobre temas tan polémicos como la política migratoria europea, la mezquita de la Zona Cero o la prohibición del burka en nuestras calles.
Somos una sociedad orgullosa de sus valores democráticos, en la que da igual a que Dios rezas o si no rezas a ninguno, indiferente al origen racial y los tintes étnicos, en la que el último llegado tiene los mismos derechos que el primero y el Estado benefactor protege a todos por igual.
Pero a la vez, y eso se olvida a menudo, nos sentimos parte de una civilización sofisticada, que hunde sus raíces en la herencia cristiana y se rige por normas jurídicas que se remontan al Derecho Romano. Y esas dos facetas —la constitucional y la cultural— de lo que entendemos por Occidente, están en permanente tensión.
Si se pone el énfasis en la primera, permitir la construcción de una mezquita en el corazón herido de Nueva York aparecerá como prueba evidente de que somos coherentes con principios como la libertad de culto. Si se parte de la segunda y aunque nadie niegue el derecho de los musulmanes a levantar un templo donde quieran, el proyecto resulta una afrenta para las víctimas del terrorismo de Al Qaida, asesinadas por fanáticos islámicos que invocaban el mismo Alá que otros quieren ahora venerar.
Lo mismo es aplicable a esa cárcel de tela que es el burka. Todo ciudadano de una sociedad democrática como la nuestra se puede vestir como le venga en gana, pero no todas las civilizaciones son iguales ni todas las costumbres y tradiciones son respetables. No se puede tolerar entre nosotros a los intolerantes. No me parece ni xenófoba ni retrógrada la decisión de Sarkozy de expulsar de Francia a quienes se niegan a asimilarse o vulneran de modo flagrante las leyes galas.
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