La democracia madrileña está en alerta roja porque uno de estos dos personajes, Gómez el de Madrid o La Trini la de Zapatero, pueden hacerse cargo del presupuesto de la Comunidad. No es que, enfrente, Gallardón o Aguirre tengan cocodrilos en los bolsillos, pero al menos Aguirre habla inglés y Gallardón bosteza en la ópera. Napoleón —y esto le hacía mucha gracia a Chesterton— caía en un acceso de fastidio en la ópera y después confesaba que estaba pensando cómo podría combinar tres Cuerpos de Ejército en Francfort con dos Cuerpos de Ejército en Colonia. ¿Cómo combinar un Festival de Otoño de Alicia Moreno con la crisis de esta «España quebrada», como dice Obama del país de Zapatero? He ahí un acceso de fastidio para Gallardón en la ópera. Porque, al cabo de tres décadas de democracia, la vida municipal en España nos ha dejado dos cosas: deudas y bicicletas. Ambas son batallas perdidas, porque el lenguaje progresista prescribe que la deuda pública es socorro para la pobreza, y la bicicleta por la acera, socorro para el planeta. El lenguaje progresista se inventó para pervertir la realidad. Gracias a esa perversión, lo de Gómez y La Trini, que no pasa de ser un truco publicitario gracias al cual hoy son conocidos los dos, se nos presenta como una refundación de la democracia griega. Pero Gómez llegó al socialismo madrileño como candidato único y por el dedazo zapateril. Se le votó a la búlgara, entre dos opciones: o Gómez o en blanco (nada que ver con Pepiño). En su discurso de la victoria, no siendo Churchill, Gómez hizo lo que tenía que hacer: prosternarse ante el caudillo de León, que fuera de Madrid suscita ese temor que se les tiene a los locos; el miedo, a su vez, que Pep el filósofo, ese muchacho indeciso que entrena al Barcelona, le cogió al bosnio de Suecia, un tal Ibrahimovich. ¿Y si Gómez fuera el Ibrahimovich de Zapatero?
«La entrevista de Aznar ha sido un dedo en el ojo de Rajoy»
Carlos Herrera
