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UN SEMESTRE PARA OLVIDAR

EL demoledor discurso de Mariano Rajoy sobre el balance de la presidencia española de la Unión Europea retrató ayer el fracaso de un semestre que los socialistas esperaban convertir en el escenario de un éxito internacional de José Luis Rodríguez Zapatero. La gravedad de este nuevo fiasco exterior debe medirse también con los antecedentes que este Gobierno estableció como parámetros de su relación con la Unión Europea. Zapatero se abrazó en 2004 a Chirac y Schröder con el eslogan de que España «volvía al corazón de Europa». Desaparecidos ambos líderes, sus sucesores descolgaron a España de la vanguardia europea, donde Rodríguez Zapatero se la encontró al llegar al poder. Poco sirvió que intentara granjearse el favor de París y Berlín con la renuncia a la posición privilegiada que España alcanzó en el Tratado de Niza. Desde entonces, Europa, como objetivo diplomático, ha sufrido las mismas confusiones de la política exterior española en otros frentes, como Marruecos o

Iberoamérica. Los precedentes, por tanto, no eran los mejores para encarar esta presidencia, que inauguraba la entrada en vigor del Tratado de Lisboa.

La presidencia española ha sido un fiasco porque no se preparó como un compromiso de Estado, sino como una oportunidad política para el Gobierno socialista. Perdida la perspectiva institucional, su desarrollo ha sido una sucesión de fallos que comenzó con el prescindible «acontecimiento planetario» de la coincidencia con Barack Obama y siguió con el pretencioso magisterio que se quería impartir a los demás socios europeos en materia económica. La ausencia del presidente estadounidense en la cumbre con la Unión Europea y el aplazamiento de la Euromediterránea han dado cuenta de la escasa influencia de la presidencia española para lograr la implicación de otros países en su tan ambiciosa como fallida agenda semestral. La relación con la dictadura cubana ha sido otro escenario de la falta de discurso del Gobierno español, empeñado en

cambiar la posición común europea de restricciones al régimen castrista.

El Gobierno empezó la presidencia europea queriendo dar lecciones de economía y rigor presupuestario y ha acabado de aprendiz meritorio de las que le imparten las grandes potencias, provocando un control remoto de su política económica y una puesta de sus decisiones bajo la constante vigilancia de las autoridades de Bruselas y Washington. Lo mejor de la presidencia española en Europa es que ha terminado.

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