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Lenguas extranjeras

Juan Manuel de Prada

Viernes, 03 de Marzo 2023, 09:18h

Tiempo de lectura: 4 min

En mi época, las lenguas extranjeras se introducían en una fase avanzada de los estudios, allá por sexto curso de la llamada Educación General Básica. El método para su aprendizaje se fundaba, sobre todo, en el conocimiento de la gramática y la sintaxis, la adquisición progresiva de vocabulario, etcétera. Aunque se dedicaba también un espacio a la ‘conversación’, e incluso se hacían ‘exámenes orales’, un alumno aplicado podía concluir entonces el bachillerato sin saber hablar apenas en la lengua extranjera que había estudiado, o hablándola forzadamente, después de un piruetesco ejercicio de traducción mental del español. En cambio, podía llegar a leer y a comprender sin excesiva dificultad la lengua estudiada. Yo recuerdo, por ejemplo, que en clase de francés llegamos a leer novelas de autores clásicos; y todavía hoy, más de tres décadas después de haber abandonado el estudio del francés, puedo leer con relativa soltura libros de la máxima exigencia retórica escritos en esta lengua, que me sigue gustando infinitamente más que el inglés (aunque también puedo leer en inglés con soltura a los autores más alambicados). Al cabo del año leo varias decenas de libros en inglés y francés, pero cuando hablo en cualquiera de estas lenguas lo hago siempre entre dubitaciones (a lo que se suma una desgana hosca cuando se trata de hablar en el inglés papanatesco impuesto como koiné). Para un escritor con estilo distintivo es muy perjudicial hablar demasiado en otras lenguas, porque necesita vivir en la suya como en una placenta, bogando en su música.

Para que el aprendizaje de estas lenguas sea aún más pachanguero, se ha impuesto la moda para pijos botarates de la ‘enseñanza bilingüe’

Ahora observo que el método de aprendizaje de las lenguas es exactamente el contrario que yo utilicé en mi juventud y sigo utilizando a mi edad provecta. La enseñanza de lenguas extranjeras se introduce a una edad muy temprana; y se prescinde, al menos durante un tiempo, del estudio de la gramática y la sintaxis (por la sencilla razón de que, a edades tan tiernas, los alumnos las ignoran, aun en su propia lengua), para centrar los esfuerzos didácticos en el aprendizaje oral de la lengua extranjera. Pero los resultados son también muy discutibles, pues el alumno no llega a tener una ‘inmersión’ verdadera en la lengua extranjera, sino apenas un baño somero en la misma; y puesto que desconoce las reglas gramaticales y sintácticas de dicha lengua (no digamos sus primores retóricos), su único logro consiste en repetir machaconamente frases tópicas y rudimentarias. A la postre, tenemos jóvenes que se ‘manejan’ hablando en un inglés utilitario, de un nivel pintiparado para que los conviertan en parias a disposición de cualquier multinacional; pero ese inglés utilitario no les permitiría disfrutar de las delicias de una obra literaria de fuste. Sostener una conversación rudimentaria –infestada de muletillas y otras expresiones inertes– en una lengua extranjera nada tiene que ver conocer dicha lengua; para ello se requiere también poder disfrutar de sus tesoros.

Y, para que el aprendizaje de las lenguas foráneas sea todavía más pachanguero, se ha impuesto la moda para pijos botarates de la ‘enseñanza bilingüe’, que conozco muy de cerca, a través de un amigo, maestro de primaria, que me confía sus tribulaciones. Mientras en clase de inglés enseña a sus alumnos las conversaciones más facilonas, sin poder adentrarse en los vericuetos del idioma (sus alumnos apenas conocen la gramática española, por lo que cualquier intento de explicarles la inglesa resulta un empeño estéril), en clase de ciencias naturales tiene que explicarles –¡en inglés!– asuntos tan técnicos como las partes de una flor (corola, pistilos, estambres, etcétera). Naturalmente, los niños a su cuidado no se enteran de nada, por lo que mi amigo debe empeñar casi todos sus esfuerzos en brindarles un vocabulario que haga comprensibles sus explicaciones; naturalmente, el tesón que emplea en enseñar a sus alumnos esas palabras técnicas no puede destinarlo a afinar y ahondar sus explicaciones, que acaban siendo esquemáticas y de poca enjundia. Este maestro sabe que, al final del curso, sus alumnos no habrán aprendido nada de ciencias naturales y sociales; y, a cambio, sus meninges estarán tupidas con una morralla de palabras absurdas en inglés que olvidarán de inmediato, por falta de uso, mientras que las españolas correspondientes tal vez no lleguen a conocerlas nunca.

El aprendizaje de lenguas extranjeras debería combinar la conversación, la lectura de obras literarias y el conocimiento profundo de los entresijos gramaticales y sintácticos de la lengua. Todo lo demás es un aprendizaje utilitario que sólo facilita la conversión de los jóvenes en parias al servicio de las multinacionales. Y, desde luego, el aprendizaje de las lenguas extranjeras debe estar subordinado al aprendizaje de las lenguas propias, que son la música insustituible del alma.


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