Viernes, 02 de Julio 2021, 08:22h
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En los últimos años, a la tropa de lacayos de los negociados de izquierdas y derechas que amueblan las tertulietas televisivas se ha sumado un nuevo espécimen, que finge sustraerse olímpicamente al barrizal en el que los otros chapotean. Mientras los tertulianeses regurgitan como loritos las consignas consabidas del negociado al que están adscritos, estos otros enhebran datos, escupen datos, ametrallan con datos; y en torno a esos datos elaboran unas conclusiones de apariencia apodíctica ante las cuales los tertulianeses de izquierdas y derechas no osan rechistar.
Son los llamados ‘expertos’. A veces los rotulan como ‘politólogos’, a veces posan de ‘divulgadores científicos’; y siempre exhiben algún titulillo de la señorita Pepis y alguna estancia (seguramente como becarios o mulas de carga) en universidades de mucho ringorrango. Su aspecto es muy diverso al de los tertulianeses al uso, entre los que todavía predomina el elemento carpetovetónico. El ‘experto’, por el contrario, se distingue por su aspecto asténico, entre el congrio hervido y el nerd de escaparate, con un estilo indumentario casual chic; cuando habla nunca se enardece, nunca se rebaja a las chabacanerías e improperios propios de los tertulianeses testiculares u ováricos, nunca incurre en la soflama o el exabrupto. Su tonillo es de sabihondo, aunque sólo sabe datos; y cultiva ciertas coqueterías pedantuelas, para hacer creer a los ingenuos que sus ‘fuentes’ tienen tanto valor o más (¡muchísimo más!) que una cita de Cervantes o Aristóteles. Propiamente, el ‘experto’ no es más que un charlatán; pero su facundia inane está siempre teñida de tics profesorales que lo envuelven en una aureola como de penene de Harvard.
El oficio de estos ‘expertos’ es mentir de forma científica, con impronta académica y envoltura de ‘paper’ y acompañamiento de gráficos cuquis
El oficio de estos ‘expertos’ no es otro sino mentir; pero no mentir al modo visceral con que mienten los tertulianeses a sueldo de los negociados ideológicos, sino mentir de forma científica, mentir con impronta académica, mentir con envoltura de paper y acompañamiento de gráficos cuquis. Decía Chesterton que los argumentos falaces se distinguen de inmediato porque infaliblemente se apoyan en cifras y datos que niegan las evidencias, a diferencia de los argumentos veraces, que se fundan en principios cuya validez refrendan las evidencias. Pero estos ‘expertos’ han hecho de la recopilación de datos una suerte de religión que reconfigura la realidad al gusto de las premisas ideológicas a las que sirven (de manera subrepticia, pues los ‘expertos’ siempre ofrecen una imagen de neutralidad data driven). Normalmente, el ‘experto’ es introducido en las tertulietas televisivas a modo de deus ex machina que resuelve limpiamente la rebatiña en la que están trabados los tertulianeses, lanzando un vómito de datos que deja mohínos a los tertulianeses del negociado que en cada programa conviene que salga derrotado. Pero a veces, por error o desidia, a un mismo programa llevan a dos ‘expertos’ al servicio de premisas ideológicas opuestas, creando un efecto irrisorio de diálogo de besugos: pues los ‘expertos’, a diferencia de los tertulianeses testiculares u ováricos, nunca se enzarzan, sino que se limitan a vomitar sus datos, que conducen a conclusiones completamente diversas. Y, lanzándose charlatanescamente sus respectivos datos, acaban convirtiendo su liza en una logomaquia aturdidora e ininteligible.
Ocurre esto porque los datos, en sí mismos, carecen de sentido y de verdad. Los datos son tan sólo añicos que, desgajados de la realidad que les da sustento, sólo contribuyen a oscurecerla. Pues tienden a exagerar aquel aspecto de la realidad que al ‘experto’ conviene señalar, ocultando aquellos otros que le conviene ignorar. De este modo, el pedrisco de datos se convierte en un impedimento para la comprensión cabal de la realidad, ofreciendo planos de detalle allá donde se requiere visión panorámica. Y convirtiendo esos detalles hipertrofiados en falsos panoramas que nos impiden distinguir lo importante de lo accesorio, lo esencial de lo circunstancial. El pedrisco de datos de los ‘expertos’ es una manipulación de la realidad servida bajo la apariencia de un conocimiento aséptico y neutral, al estilo de esos sensores que registran automáticamente los latidos del corazón, la temperatura corporal, los ciclos de sueño o los quilómetros que caminamos… pero no saben decirnos nada sobre los males de nuestra alma.
El pedrisco de datos de los ‘expertos’, en fin, además de una nueva argucia de la demogresca con disfraz científico, es el impulsor de una nueva forma de nihilismo. Se trata de imbuir en las masas cretinizadas la creencia absurda de que el mundo carece de alma, de que es imposible alumbrar la verdad de las cosas, ascendiendo hasta sus primeras causas; y de que sólo los datos pueden llenar ese vacío sin sentido.
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