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Satélites y basura espacial

Ponga su anuncio en el espacio; el cielo como valla publicitaria

Millones de residuos ‘flotan’ en el espacio: piezas de cohetes, satélites inactivos… Orbitan la tierra a 28.000 kilómetros por hora y pueden provocar colisiones en cadena y -sin exagerar- acabar con el planeta. No obstante, varias compañías empiezan a valorar el cielo como el último filón publicitario, llenándolo inquietantemente de más objetos. El tren de luces que forma Starlink, la red de satélites de Elon Musk, ya es visible a simple vista.

Lunes, 06 de Diciembre 2021

Tiempo de lectura: 7 min

Flotarán a 450 kilómetros de la superficie terrestre, serán visibles solo de noche, pero se podrán contemplar desde cualquier punto del planeta. Anunciarán bebidas, cadenas de restaurantes, empresas de seguros o tiendas on-line. O a cualquiera que pueda pagar la desorbitada tarifa de semejante acción promocional.

Comercializar el cielo.Una empresa rusa trabaja en un desarrollo tecnológico para crear en el espacio enormes carteles luminosos o, como ellos prefieren llamarlos, «exhibiciones orbitales». Los expertos creen que proyectos similares acabarán materializándose; hace mucho que lanzamos objetos al espacio con fines comerciales.

Si los ambiciosos planes de la start-up rusa StartRockets terminan materializándose, en los próximos años la Luna y las estrellas dejarán de ser la única iluminación de nuestros cielos nocturnos y la órbita terrestre podría convertirse en un espacio publicitario más. «Estamos creando un nuevo medio con una audiencia potencial de 7000 millones de personas», dicen sus promotores. Lo harán utilizando decenas de minisatélites CubeSat que almacenarán la luz solar para crear enormes carteles luminosos. Esperan tener su tecnología lista para el año 2022. No es, desde luego, la primera vez que el espacio se explota con fines publicitarios.

En 2018  SpaceX, la compañía aeroespacial de Elon Musk, puso en órbita un Tesla rojo en una clara acción promocional. Pero este tipo de proyectos, que podrían revolucionar (otra vez) el mundo del marketing, solo vienen a agravar un problema que compromete nuestro futuro: la proliferación de basura espacial. Y las cifras ya son preocupantes.

El 'tropa espacial' de Elon Musk. Los más de 40 satélites que componen la red de Starlink, propiedad de Elon Musk, dan vueltas al planeta a una distancia que los hace visibles periódicamente en distintos puntos del planeta. Estas últimas semanas se han podido ver desde España.

Más de 7000 toneladas de residuos, desde trozos de cohetes y piezas desprendidas de satélites hasta las herramientas que un astronauta puede perder durante un paseo espacial, orbitan alrededor de nuestro planeta. «La situación es preocupante. Producimos más basura de la que podemos retirar», explica Holger Krag, director de la oficina de basura espacial de la Agencia Espacial Europea (ESA).

Basura a 28.000 kilómetros por hora

Aunque existe un catálogo de hasta 22.300 objetos más grandes que una pelota de béisbol flotando en nuestra órbita, el «inventario» de escombros espaciales es más extenso: según la ESA, existen 34.000 objetos mayores de diez centímetros y 900.000 de un tamaño superior a un centímetro. Pero también hasta 128 millones de pequeños trozos de basura que miden entre un centímetro y un milímetro. Y, aunque su tamaño pueda sonar insignificante, el problema es que su velocidad (que alcanza los 28.000 kilómetros por hora) no lo es.

En 2007, China hizo estallar uno de sus viejos satélites meteorológicos con un misil; quedó pulverizado en dos millones de objetos. Aumentó la basura espacial en más de un 30 por ciento

El poder destructivo de un pequeño trozo de basura espacial puede ser enorme cuando se encuentra en el espacio (es distinto cuando alcanza la atmósfera. «Cualquier operador de satélites ha tenido que hacer maniobras para evitar una colisión. Eso se ha convertido en parte de la rutina y cuesta mucho dinero. Además de ser peligroso. Estamos poniendo en riesgo el espacio para las generaciones futuras», explica Krag.

Cómo evitar accidentes de satélites

El problema se agravó cuando, en 2007, China hizo estallar uno de sus viejos satélites meteorológicos con un misil balístico, en lo que la comunidad internacional interpretó como pruebas de su capacidad bélica en el espacio. Situado a 865 kilómetros de altura, el satélite -según los expertos- quedó pulverizado en más de dos millones de objetos. De hecho, se calcula que solo ese evento aumentó la basura espacial en más de un 30 por ciento. Dos años más tarde, un satélite ruso y uno norteamericano colisionaron, agravando aún más el problema.

El problema, que afecta a todas las grandes potencias, se está afrontando desde distintos ángulos. «Lo primero es detectar cuantos más objetos, mejor, y ser capaces de identificarlos por su nombre y apellidos. Y eso ya es un gran reto porque muchos de estos objetos están muertos, no transmiten», explica el ingeniero Moriba Jah, de la Universidad de Texas en Austin. En eso se afana la Red de Vigilancia Espacial de Estados Unidos, que usando radares y telescopios ya ha elaborado un catálogo de más de 23.000 objetos. Algunas empresas privadas, como ExoAnalytic Solutions, han visto un filón y pretenden vender sus datos a los operadores de satélites que quieren, a toda costa, evitar accidentes multimillonarios.

Los que limpian.El satélite RemoveDebris ha sido creado específicamente para recoger basura espacial. No es el único que lo va a intentar. La misión e.Deorbit de la ESA intentará este año, mediante una red o un brazo robótico, capturar uno de los satélites en desuso de la propia ESA y dirigirlo a la atmósfera para que se desintegre en condiciones de seguridad.

Sin embargo, los expertos coinciden en que lo más urgente es apostar por la ‘mitigación’. «Es mucho más efectivo evitar la creación de más basura espacial que retirar la que ya existe», comenta Krag. Eso implica, por un lado, situar las nuevas naves y satélites en la órbita baja y, por otro, apostar por la ‘pasivación’ que consiste en quemar el combustible, descargar las baterías y liberar la presión de los aparatos cuyas misiones ya han terminado y así evitar más accidentes. «Cuando la mitigación sea una realidad, podremos empezar a retirar los objetos más viejos y pesados. Y ese es un gran reto porque son objetos que no están controlados, que no emiten ninguna señal y que giran a grandes velocidades», dice Krag. De hecho, algunas de estas misiones, como una llevada a cabo por la agencia espacial japonesa, han fracasado. En 2018 fue lanzado el proyecto RemoveDebris, desarrollado por la Universidad británica de Surrey y cofinanciado por la Comisión Europea. Se trata de un satélite que utilizando varias herramientas, como arpones y redes, atrapa la basura espacial. Las pruebas realizadas a 300 kilómetros de la superficie terrestre, fueron un éxito.

Y luego está la vía legal, la de los acuerdos internacionales. Aunque existe una comisión de la ONU para garantizar el uso pacífico del espacio que ya ha emitido 21 recomendaciones que apuestan por la mitigación, potencias como Rusia, China y Estados Unidos tienen sus propios intereses. Un ejemplo: en 2019 Estados Unidos creó una nueva rama de su Ejército: la Fuerza Espacial, que apuesta por un sistema defensivo de misiles con capacidad para destruir satélites.

En España, el Consejo de Seguridad Nacional creó en 2019 un Centro de Operaciones de Vigilancia Espacial, dependiente del Ejército del Aire, encargado de monitorizar la basura espacial, entre otras cosas.

Pero, si todos estos esfuerzos no dan sus frutos, nos enfrentamos a un escenario complicado. No solo por las colisiones entre satélites, sino también por las interferencias en las misiones científicas.

¿Un mundo sin satélites?

Algunos expertos creen que el riesgo de que la basura espacial inutilice nuestra órbita es real. Y un mundo sin satélites no tiene nada que ver con la realidad cotidiana a la que estamos acostumbrados. El peor escenario, sin embargo, es más apocalíptico.

En 1978, el astrofísico Donald Kessler calculó que llegaría un momento en el que la cantidad de desechos sería tan ingente que podría dar lugar a un devastador efecto cascada que provocaría explosiones múltiples generando cada vez más basura y más accidentes. Para algunos especialistas, como el profesor Jah, el ‘síndrome Kessler’ solo es una teoría; para otros, como Krag, ya está sucediendo. «Muchos expertos pensamos que ya está ocurriendo a 900 kilómetros de altura.

Ahora mismo, el tiempo entre dos colisiones es de cinco años. El síndrome Kessler hará que ese tiempo se acorte, de forma que en cien años podría haber una colisión anual. El problema es que los objetos que darán lugar al síndrome Kessler ya están ahí. Solo podemos tratar de no intensificar su efecto».

Efectivamente, todo es susceptible de empeorar. Empresas como SpaceX quieren crear megaconstelaciones de satélites para, entre otros objetivos, llevar Internet a cualquier punto del planeta. Musk con su proyecto Starlink pretende poner en órbita 12.000 satélites en los próximos años.

La propuesta de colocar anuncios en el espacio no es ni ciencia ficción ni un fake. Se basa en una tecnología que ya existe: la de los minisatélites CubeSat. Se trata de artefactos que orbitan a entre 300 y 600 kilómetros de altitud y tienen un tamaño que oscila entre los diez centímetros de arista y 1,33 kilos hasta los que alcanzan el tamaño de una pequeña lavadora. Una vez en órbita, estos minisatélites despliegan antenas y paneles para recabar la información con el objetivo que fueron enviados.

El primero fue creado en 1999 y su fin era facilitar los proyectos de investigación científica, como los estudios en microgravedad, pero enseguida hubo quien les vio una vertiente comercial y el consiguiente negocio, todavía por explotar.

Escombros espaciales

Por qué no se nos caen en la cabeza

En el espacio existen 34.000 objetos mayores de diez centímetros y 900.000 de más de un centímetro, según la ESA. Son un gran problema por el riesgo de colisión entre ellos y con otros satélites, pero no tanto por su impacto en la Tierra. Cuando son atraídos por la gravedad, a su regreso, la atmósfera se encarga de desintegrar estos residuos; es decir, llegan muy pequeños o sin casi peso. No obstante, como afirma la NASA, un objeto grande (como una bola de béisbol) cae en la Tierra una vez a la semana. Pero la mayoría cae en el mar. ¿Por qué en el mar? Por estadística: es el 70 por ciento de la superficie terrestre. En 2015 cayeron algunos trozos considerables de basura espacial en Alicante y Murcia. Entonces, Holger Krag -jefe del equipo de vigilancia de basura espacial de la ESA- explicó que «la probabilidad de que uno de esos fragmentos te golpee es mucho más pequeña que la de que te caiga un rayo». Según la NASA, la única vez documentada que un trozo de basura espacial ha alcanzado a una persona fue en 1997, a una mujer en Estados Unidos. El tamaño: como una lata de refresco. Pero tenía poco peso y no le causó daño.

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