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Xi Jinping tras los bastidores La vida secreta del presidente de China: su infancia en una cueva, una mujer glamourosa...

Fue condenado a vivir en una cueva a a acarrear estiércol antes de ser presidente de China y de convertirse ya, según muchos, en el hombre más poderoso del mundo. Indagamos la biografía más íntima del todopoderoso Xi Jinping, que no esconde su plan: dominar el planeta.

Jueves, 20 de Octubre 2022

Tiempo de lectura: 6 min

He tragado mucha bilis». Xi Jinping todavía no era presidente de China, a perpetuidad por más señas; ni siquiera era el líder del Partido Comunista Chino, cuando dejó entrever una parte atormentada de su alma: «más bilis que la mayoría de la gente». Corría el año 1996 y por entonces solo era Xi. Hoy es imposible que Xi Jinping (Pekín, 64 años) desnude su alma. Ni siquiera en esos discursos de tres horas trufados de lemas que parecen sacados de un libro de autoayuda –«la fe es el suplemento de calcio de la mente»–, discursos que su pueblo aplaude como un solo hombre. Incluso hay una aplicación que permite simular los aplausos golpeando con el dedo la pantalla del móvil. «¡Qué gran discurso!», se llama el juego, que hace furor en WeChat, el Facebook chino.

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Encuentros con el pueblo. Xi Jinping, en 1983, ya secretario general del Partido Comunista en la provincia de Zhengding, durante un encuentro con los habitantes de un pueblo.

¿Y qué es lo que lo atormenta? ¿Por qué deja caer que «la gente se forja en la adversidad como los cuchillos se afilan en la piedra»? ¿Cuál es la piedra en la que se afiló su carácter? Xi Jinping vivió en una cueva durante 7 años, entre los 15 y los 22. Y no es una metáfora platónica. «Era un quinceañero confundido cuando llegué a Yanan (la remota región rural donde fue desterrado cuando su familia cayó en desgracia). Pero cuando me fui de allí estaba lleno de confianza y tenía claros los objetivos de mi vida», asegura.

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Un líder sin rival. Xi ha renovado el Comité Central del Partido Comunista Chino con sus hombres de confianza. Antes desató una lucha contra la corrupción en la que cayeron «tigres y moscas» y fueron detenidos más de doscientos altos cargos. De paso, la purga ha eliminado cualquier atisbo de oposición dentro y fuera del Partido.Foto: Getty Images

Hoy es difícil escarbar en una biografía tan filtrada por la censura. El culto a su personalidad se ha desbocado. Y Xi aparece como un hombre modesto que prefiere compartir una camioneta a desplazarse en limusina, que pide la vez en la panadería... Un líder del pueblo para el gran pueblo chino.

Su padre fue encarcelado, y toda la familia, humillada. Pero Xi descubrió en ese tiempo cómo darle la vuelta a su destino

Pero si algo tiene el sello de la verdad es esa cueva. Esos 7 años en el campo. Desde luego, Xi no había nacido para dormir en una colchoneta infestada de chinches. Pero ya dijo Confucio que el hombre sabio se adapta a lo que hay. Y Xi, que era un principito rojo, como se llamaba a los hijos de los héroes de la Revolución, se adaptó. Había pasado su infancia en los palacios requisados para los compañeros de armas de Mao. Hasta que Mao se volvió paranoico y comenzó a desconfiar de sus fieles. El padre de Xi fue encarcelado y toda su familia, humillada. Los Guardias rojos sembraban el terror. Mao decretó que millones de jóvenes emigraran de las ciudades al campo, un éxodo a contracorriente de la época. Corría el año 1968, los jóvenes franceses tomaban las calles de París; los jóvenes chinos cultivaban boniatos.

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La madre, una intelectual. Qi Xin, de 96 años, pertenece al Partido y ha escrito artículos reivindicando la memoria de su marido: Xi Zhongxun, un amigo de Mao que cayó en desgracia, lo que condenó a su familia al ostracismo.

El germen del futuro presidente Xi se plantó en aquella cueva. Su dureza emocional. Su ansiedad por no pisar los callos de los poderosos hasta que él no fuera el más poderoso. Como todos, estudiaba el Libro rojo de Mao. «Aprendí a agradecer que se me indicaran mis errores, pero en el fondo no me dejaba influir. No iba a perder el sueño porque me sermonearan», cuenta Xi.

La vida rural era dura. Sin electricidad. Fue picapedrero, reparó baches, acarreó estiércol. «Para comer, solo teníamos avena, hierbajos y mendrugos. Pero cuando tienes hambre no haces ascos», relató a la BBC uno de sus cuatro compañeros de alojamiento, Lu Housheng.

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La esposa, una soprano famosa. Xi está divorciado. Su primera mujer era hija de un diplomático. Luego se casó con la famosa cantante de ópera Peng Liyuan. La soprano, de 59 años, viene de una familia acomodada. Su padre también fue enviado a un campo de trabajo y ella cuidó de sus hermanos. Ha cobrado un protagonismo inusual para una primera dama china.Foto: Getty Images

Aquello no era un piso de estudiantes, desde luego, excepto por la camaradería. «Sin embargo –recuerda Lu–, a Xi no le hacían gracia los chistes, no jugaba al póker, no se echaba novia... Fumaba y leía». Y rumiaba cómo darle la vuelta al destino. A los 18 años decidió hacerse «más rojo que los rojos», según un cable de la diplomacia estadounidense. «Siempre fue pragmático y realista, con los ojos puestos en el premio desde joven». Ingresó en la Liga de la Juventud Comunista y después de varios intentos entró en el Partido.

No molestar a los de arriba

Su padre fue rehabilitado y se convirtió en gobernador de la provincia de Guangdong, motor económico chino. Xi aprovechó los contactos paternos para escalar. Lo hizo como se hace en China. Primero pasó por el Ejército y luego por cargos provinciales. Siempre sin molestar a los que están por encima. Organizó los Juegos Olímpicos de 2008, que le dieron una aureola de eficacia. Y esperó. Su momento llegó en 2012. Fue el candidato del consenso en el congreso del Partido. Alguien predecible, una garantía para que todo siga igual.

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La hija, estudiante de Harvard. Xi Mingze, de 28 años, es la única hija del presidente y de su actual esposa. Ha estudiado en Harvard, como quería su padre. Se inscribió con seudónimo. El periódico británico The Mail on Sunday la identificó con la foto de abajo, aunque no hay ninguna imagen oficial reciente.

Pero su primer mandato ha dejado a todos boquiabiertos. Xi prometió empuñar una espada contra la corrupción. «Caerán los tigres y las moscas», anunció. Nadie lo creyó, pero en 5 años ha abatido a 223 tigres, altos funcionarios del Partido. Y cuando cae uno, lo hace todo su séquito, incluso el chófer o el cocinero... Los súbditos se apartan del apestado y declaran contra él. En el río revuelto de la lucha contra la corrupción caen también los opositores, los activistas y los defensores de los derechos humanos. Xi inventó el delito de nihilismo para cualquiera que insulte el legado de los mártires de la Revolución. Y ahí cabe todo. Nadie está a salvo: cristianos, musulmanes, feministas, blogueros, periodistas... La censura campa en el Internet chino hasta extremos grotescos. Si se busca al osito Winnie the Pooh, con el que se lo compara en las redes sociales, aparece un mensaje que advierte: «Este contenido es ilegal».

Mao, el Gran Timonel, vuelve a ser la referencia. El timón lo empuña ahora Xi con mano firme. A cambio, exige a sus conciudadanos que no se dejen deslumbrar por los valores de Occidente. El premio: que China sea una, enorme y (relativamente) libre. «Algunos extranjeros que se aburren nos señalan con el dedo. No tienen nada mejor que hacer –dice con despecho–. ¡A nosotros! Que no exportamos revolución, ni hambre, ni pobreza. China no va liándola por ahí».

Golpe de estado suave

Según el analista Wu Quiang, Xi ha llevado a cabo con éxito un «golpe de Estado suave, que ha convertido a la cúpula del Partido en una figura decorativa, entregada a su servicio. Y, de paso, ha evitado que las riendas de China vuelvan a caer en tecnócratas». Puede presumir también de sus logros económicos. Ha sacado a 55 millones de chinos de la miseria. Tiene al Ejército a sus pies y elegido para un tercer mandato en el último Congreso del Partido Comunista, va camino de ser más poderoso que Mao. El objetivo: para 2049, centenario de la llegada de los comunistas al poder, ser la nación que domine el planeta comercial y militarmente.


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