Cuando Reed Hastings –director ejecutivo y fundador de Netflix– se jactó hace unos años de que lo que más le preocupaba era la necesidad del ser humano de cerrar los ojos unas horas, estaba enviando un mensaje a sus rivales; en especial, a HBO y
Prime Video, dos de las plataformas de streaming con las que libra la guerra por la nueva televisión. Hablando en plata, les estaba espetando: «No sois rivales para Netflix».
Ese tiempo que sus abonados 'perdían' durmiendo era el único tope productivo que retrasaba a la multinacional en su ambición por coronarse como proveedora universal de ficción televisiva. Corría el año 2017 y la pelea por colonizar nuestro tiempo libre no había hecho más que empezar. Un año después, Hastings seguía subestimando a sus rivales. «¿Competencia? Nuestra competencia es Fortnite (un videojuego)».
En 2022, sin embargo, el panorama ha cambiado. La guerra del streaming es encarnizada. Y en liza hay media docena de ejércitos formidables; entre ellos, Disney+, Apple TV+, HBO Max, Prime Video..., además de un puñado de secundarios. El resultado es incierto, pero definirá nuestra manera de consumir televisión durante los próximos años.
Netflix presume de tener 223 millones de suscriptores en más de 190 países. Pero su plataforma ha experimentado un frenazo, causado, alega la empresa, por los 100 millones de hogares que acceden gratis a sus contenidos utilizando las credenciales de otro usuario. Ha acusado además el crecimiento de la competencia. De Disney+, sobre todo, que en apenas tres años de existencia cuenta ya con más de 130 millones de abonados. Pero también de Amazon, que ha superado los 200 millones de clientes de pago en su negocio de venta on-line, a quienes fideliza con ayuda de Prime Video, su servicio televisivo. HBO Max, por su parte, cuenta ya con 77 millones de fieles. Y, por último, pocas clientelas más fieles que la de Apple. Sabido es que la empresa creada por Steve Jobs no proporciona cifras de su servicio de streaming, pero, según JustWatch, su plataforma Apple TV+, lanzada en 2019, ya tendría más de 25 millones de suscriptores, a los que añadir otros 50 millones que disfrutan del servicio gratis durante un año por la compra de distintos dispositivos de la célebre marca.
El streaming, que permite el visionado inmediato de un programa sin necesidad de descargarlo, acapara ya más del 80 por ciento del tráfico de Internet. Netflix sigue en cabeza, pero, por primera vez en una década, ha perdido suscriptores. Ha ocurrido en el primer trimestre de este año, y tras haber prometido a sus inversores 2,5 millones de nuevos usuarios para ese periodo. Lejos de esa meta, perdieron 200.000 –y estima perder diez veces más en los próximos meses–, decepción financiera que en pocas horas le hizo perder 55.000 millones de dólares de valor en bolsa.
La pérdida de abonados no parece excesiva para el gran dominador del mercado, pero, en un entorno ascendente, la compañía ya empieza a plantearse algunos cambios en su modelo de negocio. Este, de momento, se ha basado en dos premisas. Del lado de la programación las plataformas funcionan como un videoclub inagotable, sin anuncios. Algo que Netflix ya se plantea introducir, a cambio, eso sí, de rebajar el precio, hoy entre 5 y 15 euros, menos que un DVD. Del lado de la producción, es una churrería que está constantemente poniendo en la freidora nuevo contenido.
La prueba de que es un modelo exitoso es que en el mundo ya hay más de 850 millones de hogares abonados a este tipo de plataformas. Si consideramos que cada hogar lo componen una media de tres miembros, y que los jóvenes suelen compartir sus suscripciones entre amigos, ¡un tercio de la humanidad ya consume esta televisión!
Se invierten 100.000 millones de dólares al año (95.000 millones de euros) en nuevas series y películas, tanto como en la industria petrolera de Estados Unidos. Pero el modelo puede morir de éxito. Los analistas advierten de que estamos ante una burbuja, una de esas gigantescas que el capitalismo incuba cíclicamente. Y es de tales proporciones que The Economist la compara con la fiebre del ferrocarril en 1860, la del automóvil en 1940 y la del fracking en este mismo siglo.
Es un mercado, además, muy endeudado. El gasto en producción propia y los acuerdos para adquirir licencias han provocado que estas compañías ya acumulen deuda por préstamos solicitados por miles de millones de dólares. ¿Cuánto de próximo estará el pinchazo de la burbuja? Desde luego, mantener el ritmo de estrenos –1923 series sólo en Estados Unidos el último año– sería una proeza. Y quizá una temeridad. Pero las plataformas están atrapadas en esta dinámica porque es un negocio (de momento) basado en las suscripciones, no en los ingresos publicitarios.
No necesitan publicidad, pero terminarán necesitándola, auguran los expertos, porque las cuentas no salen. Y menos aún dada la presente coyuntura económica mundial, con una inflación disparada a cifras no vistas desde los años 80 y los precios de la energía y los alimentos por las nubes. De hecho, los estudios auguran cancelaciones masivas de suscripciones para contener el gasto en millones de hogares. Las plataformas, sin embargo, prosiguen su imparable carrera apegadas al lema que llevó a Jeff Bezos a convertirse en el hombre más rico del mundo –superado este año por Elon Musk–: No hace falta que salgan las cuentas... solo tienes que seguir invirtiendo hasta aniquilar a tus rivales.
Por eso Netflix lleva años dedicada a convencer al espectador de que su catálogo es tan amplio que no debe irse a la competencia. Y se gastó el año pasado 17.000 millones de dólares en producción propia para demostrárselo. Pero la competencia tiene la misma idea. Todas las plataformas juntas invirtieron en contenidos más de 220 millones en 2021.
Mientras tanto, la televisión tradicional pierde ingresos y audiencia. En España ya hay quince millones de abonados a las plataformas de streaming estadounidenses y otros siete millones de clientes que pueden ver las series incluidas en los paquetes de Internet y telefonía de los tres grandes operadores de telecomunicaciones (Movistar, Orange y Vodafone). Las cadenas en abierto (Mediaset y Atresmedia) también se han sumado a la contienda.
Netflix aterrizó en España hace siete años y las plataformas estadounidenses, al estilo de las grandes tecnológicas, desvían su facturación a sociedades pantalla en terceros países y escurren así el bulto a la hora de tributar. Además, tampoco ayudan a financiar el cine europeo ni a Radio Televisión Española, obligación que sí tienen los operadores nacionales.
Cuatro años después de que Europa aprobara la Directiva de Servicios de Comunicación Audiovisual, España sigue sin aprobar la correspondiente Ley Audiovisual que trate por igual a todos los prestadores de servicios de este tipo establecidos en nuestro país. El Congreso, eso sí, ya debate un anteproyecto, aunque desde el sector se quejen de que se han ignorado todas sus alegaciones.
Producir una serie de éxito no es barato. El espectador se ha acostumbrado a la'pata negra'. Un episodio de Stranger things ronda los 8 millones de dólares; uno de The Crown, 11 millones; los de la última temporada de Juego de tronos, 15... ¿Cómo puede ser buen negocio producir tantas series (y de tanta calidad)? De momento, no lo es. Todas las grandes plataformas gastan más dinero del que ingresan. Pero será rentable para las que sobrevivan. Disney calcula que solo conseguirá beneficios del streaming a partir de 2023 y confía en haber consolidado para entonces sus tres plataformas: Disney Plus, ESPN Plus y Hulu, su última adquisición. HBO Max no será rentable hasta 2025.
En cuanto a Netflix, arrastra una deuda de 18.100 millones de dólares, según la herramienta financiera digital Macroaxis. De hecho, la diferencia entre lo que ingresa por suscripciones y lo que gasta en nuevos contenidos es sustancial. Pero tampoco se pueden quejar. Las acciones de Netflix valían un dólar en 2002 y hoy rondan los 200, lejos, eso sí, del pico de 665 dólares alcanzado en 2021.
La burbuja, de momento, tiene a dos colectivos pellizcándose. Uno es el de los guionistas, que reciben por fin la consideración que se merecen. Otro es el de los espectadores, que tienen mucho y bueno a su disposición. Al cliente se lo mima. No en vano Reed Hastings fundó Netflix por un berrinche. Le pusieron una multa de 40 dólares en el videoclub, allá por 1997, por no devolver a tiempo una peli alquilada. Y se juramentó que ofrecería un servicio que siempre tuviera contentos a sus clientes. Está por ver cuánto dura el idilio.