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La tala ilegal de maderas nobles mueve millones

Las secuoyas, asediadas por los furtivos y los incendios

El tráfico ilegal de maderas nobles alcanza ya el nivel del mercado de marfil y de animales exóticos, y una de sus 'víctimas' más cotizadas es la secuoya, un impresionante árbol que sufre también el asedio de los incendios... y el de los turistas. Le contamos cómo operan los furtivos y sus perseguidores.

Sábado, 10 de Septiembre 2022

Tiempo de lectura: 5 min

Una orden de alejamiento de un árbol. A esos extremos se ha tenido que llegar para proteger una secuoya. Hyperion es el ser viviente más alto del planeta: 116 metros. Pero nadie puede acercarse a él. Desde el Parque

Nacional Redwood de California, en el que se encuentra, instan a los visitantes a no acercarse al árbol. En caso de hacerlo, se arriesgan a una multa de 5000 dólares y a seis meses de cárcel.

En este caso es por el abuso de los turistas, que se acercan y dañan el hábitat al pisotear zonas que no deben. Pero los turistas no son el mayor peligro al que se enfrentan las secuoyas. Ni siquiera el fuego que asola California y que ha hecho estragos en el mayor parque natural de secuoyas. Lo más demoledor es la tala ilegal.

El gigante Hyperion. Con 115,85 metros de altura, Hyperion es el árbol más alto del mundo. Está en el Parque de Redwood, en California. Su ubicación exacta se mantiene en secreto, pero eso no impide que los turistas intenten localizarla, lo que pone en peligro su hábitat. Acercarse puede penarse con la cárcel. |getty images

California– afirma que las secuoyas se han convertido en «el nuevo cuerno de rinoceronte». Y es que su demanda y su tráfico ilegal se han intensificado en los últimos años a niveles alarmantes. Se calcula que en Estados Unidos se producen talas ilegales por valor de 1000 millones de dólares cada año. Según las estimaciones de sus funcionarios, los leñadores piratas talaron uno de cada diez árboles cortados en los últimos años. A los que hay que añadir los robos. Las compañías madereras denuncian que cada año son víctimas de robos por valor de 350 millones de dólares.

Casi el 20 por ciento de las importaciones de madera en Europa procede del tráfico ilegal. Es el tercer sector delictivo del mundo

Las secuoyas son originarias de la costa del Pacífico estadounidense, entre California y Oregón, y deben su nombre a un indio cherokee: Sequoiah. De allí mismo proceden, por ejemplo, las del impactante Monte Cabezón, de Cantabria.

Destacan por su tamaño y su longevidad. Pero también por la calidad de su madera, ligera, no resinosa y de tono pardo rojizo, lo que la hace muy tentadora para los furtivos que trafican con maderas nobles.

Pero el problema no lo tienen solo las secuoyas ni solo se da en Norteamérica. El agravante con estos inmensos árboles es que su retroceso o extinción tienen significativas consecuencias medioambientales por su capacidad para absorber gases de efecto invernadero –las secuoyas almacenan más carbono por hectárea que cualquier otra especie–, algo fundamental en la lucha contra el calentamiento global.

Los cimientos del lejano Oeste. La madera de secuoya se utilizó para levantar casas y ciudades en el lejano Oeste americano.

La industria maderera ilegal, que mueve unos 136.000 millones de euros al año, es el tercer sector delictivo del mundo, después de las drogas y los productos falsificados, según Interpol. A medida que el comercio mundial de madera se ha disparado (el valor de las exportaciones de productos forestales se ha cuadruplicado con creces desde 1980), también lo ha hecho la conciencia de su componente ilegal. La WWF calcula que entre el 16 y el 19 por ciento de las importaciones de madera de la Unión Europea proceden de fuentes ilegales.

En el caso de las secuoyas, los furtivos suelen ser leñadores profesionales que se han quedado sin trabajo y no comparten ni entienden las nuevas políticas medioambientales

Todas las maderas nobles son objeto susceptible de tráfico delictivo, pero en las profundidades boscosas se dan todo tipo de hurtos. Los furtivos venden el musgo a los floristas por unos dos dólares el kilo; han llegado a detener a algunos con 1500 kilos de musgo en la camioneta.

Un problema social

Pero ¿quiénes son los furtivos? En lugares como el Amazonas o el Congo, son mafias o grupos organizados los que llevan a cabo esa deforestación, pero en el caso de Estados Unidos una investigación de Lyndsie Bourgon –autora del libro Ladrones de árboles– revela una realidad distinta.

En el noroeste estadounidense, explica, zona donde aumentan los derribos de árboles antiquísimos, muchos de los piratas de la madera son antiguos leñadores profesionales que perdieron el empleo o los hijos de estos.

Eran otros tiempos. La tala ilegal en América del Sur y en África sigue haciéndose en gran parte de forma manual, como se hacía hace décadas, cuando era legal. |getty images

El estudio revela las consecuencias de políticas medioambientales y económicas que ignoran y marginan a las personas que dependen de los árboles para subsistir.

En particular, la tala clandestina de secuoyas revela un conflicto de intereses de muy difícil resolución. Por un lado, los activistas preocupados por la ecología que, en su mayoría, ni siquiera viven en los lugares donde crecen los gigantescos árboles. Y, por otro lado, los trabajadores locales cuya identidad y economía se han visto perjudicadas por esas medidas medioambientales y a los que no se ha dado una alternativa de sustento.

En último término, explica Bourgon, la conservación efectiva exige la implicación de las poblaciones locales, como se ha hecho para lograr la protección de elefantes y rinocerontes en África. La tala clandestina, concluye, solo terminará si hay mejoras socioeconómicas en aquellas comunidades.

Testigos de la Historia.Algunas secuoyas llevan miles de años vivas sobre el planeta. La más antigua de la que se tiene constancia es la President, un árbol de 3200 años de antigüedad y 75 metros de altura desde la base. La talada de la imagen ya estaba aquí hace 1000 años. De ahí la protección que reciben en los parques nacionales. |getty images

Y es que, además, la persecución del delito tampoco es fácil. La ley establece que la recolección furtiva de madera es un delito contra la propiedad, pero una cosa es cotejar la documentación o matrícula de un coche robado para devolvérselo a su propietario y otra muy distinta establecer el origen preciso –el mismo tocón de árbol– del que procede una remesa de madera robada. En los bosques, dichos tocones seguramente están escondidos tras una cortina de árboles o cubiertos por musgo o ramas. Es prácticamente imposible dar con ellos. En un caso de robo en un área urbana, los investigadores pueden contar con las huellas dejadas por los ladrones. En un bosque, los indicios –serrín, hojas o agujas fuera de su lugar de siempre– no tardan en evaporarse o en ser barridos por el viento.

Y tampoco es que sea un delito sobre el que haya demasiada conciencia social.  En lo referente a la conservación de especies protegidas, existe una línea invisible que separa la flora de la fauna. Es más fácil defender y recabar fondos para la protección de los animales que para la conservación de las plantas y árboles. A pesar de que entre las 38.000 especies incluidas en el CITES –el registro global de plantas y animales en peligro de extinción por motivos comerciales– más de 32.000 pertenecen a la flora. Es un hecho que los árboles, hasta ahora, no gozan de la misma consideración que los animales. Quizá las secuoyas, por su grandeza, consigan cambiar en algo esa percepción.


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