Nadie sabe muy bien cuándo aparecieron por primera vez, pero fue hace años. En Kinsasa, los artistas traducen el caos urbano en objetos contemporáneos. Shaka (en la foto) construye sus máscaras con hilos de plástico y metal viejo. Estos artistas encuentran el material para sus
obras en los vertederos o tirado en la calle. «El fenómeno se ha convertido en una ola imparable», dice Jean Kamba, artista y crítico de la Academia de Bellas Artes de Kinsasa. «Empezó en el marco de la escena artística local, pero ha ido despertando un interés creciente y se expande».
Anass Floryan Sinanduku posa con un traje hecho de jeringuillas, una crítica al deficiente sistema sanitario africano. El analista Kamba critica que «muchos periodistas occidentales vienen, ven en esto una 'estética de la pobreza' y les parece muy exótico. Pero así reducen el valor del trabajo artístico de sus creadores. Kinsasa es una megacity y un laboratorio gigante de arte moderno. Hay todo tipo de talleres y colectivos artísticos, pero apenas tienen apoyo de las instituciones. Por eso, muchos artistas utilizan el espacio público, porque así llegan a la gente».
Las máscaras forman parte de la historia cultural congoleña. El artista Junior Mvunzi las reinterpreta. Detrás de estas obras no se esconde siempre un mensaje complejo, a veces también se trata solo de divertirse, de dar rienda suelta a la fantasía. En Kinsasa viven quince millones de personas y la basura abunda. Hay que ser creativos con ella...
El artista Paty Matsiapa interpreta con su performance a un «esclavo cultural» atrapado entre la modernidad y las tradiciones. Los performeurs buscan incomodar a los espectadores, hacerlos reflexionar. Para ellos es una forma de resistencia, explican. Y también sacan algo de dinero con su arte, monedas que la gente les da cuando exhiben sus creaciones por la calle.
La bestia que soy, de Junior Mungougou, está hecha con multitud de tubos e ilustra cómo la vida se va viendo asfixiada por el plástico. Hay quien ve en estos artistas variantes surrealistas de los tradicionales sapeurs congoleños. La costumbre de pavonearse por las calles luciendo trajes muy coloridos surgió como parodia subversiva de la ropa europea de los colonizadores, y con el tiempo evolucionó hasta convertirse en una forma de arte con entidad propia.
La artista Aicha reutiliza placas de ordenadores y tubos de neón. «Aunque las fotos parecen tomadas en un estudio –explica la fotógrafa Aude Osnowycz–, se hicieron en talleres y cobertizos. Muestro a los modelos en un contexto neutro para destacar los detalles. Los temas que abordan estas obras de arte son universales, pero esa apariencia tan impactante y apocalíptica crea un estado de ánimo que solo se da aquí, en África».