La estructura de Notre Dame por fin no corre peligro. Tres años después de incendio del 15 de abril de 2019, cuyo origen y responsabilidad no han podido establecerse, se ha iniciado una segunda fase menos arriesgada y centrada en la restauración de las bóvedas, que
se prolongará hasta 2024. Pero hasta aquí, ha habido que esquivar numerosos potenciales desastres. El proceso más delicado fue la retirada de las 40 mil piezas del andamio que se estaba usando para restaurar la aguja cuando se declaró el incendio. Desmembrar ese amasijo de hierro fundido fue la labor de un equipo de especialistas que ya se han garantizado, por lo menos, una anotación a pie de página en los libros de historia.
Eran 40.000 tubos. Doscientas toneladas de acero. El 15 de abril de 2019 el andamiaje estaba listo para iniciar las obras de renovación de la icónica aguja del templo. Ese día, las llamas se comieron el techo, la flecha se hundió y parte de la bóveda quedó destruida. El andamiaje se convirtió en un amasijo de cilindros doblados y soldados. Retirarlo era el mayor desafío de toda la obra de recuperación. Y para ello, desde el 8 de junio de 2020, diez hombres de Jarnias –una empresa especializada en trabajos de altura– se jugaron la vida a diario en el corazón de Notre Dame.
El primer objetivo de las obras era vaciar el interior. La pérdida de estabilidad estructural –tanto por el fuego como por el agua de los bomberos– ha obligado a retirar estatuas, quimeras y balaustradas y a evaluar la salud de las célebres gárgolas. «Cuando se desmantele el andamio, podremos dar por salvada la catedral», decía monseñor Chauvet, rector de Notre Dame.
La vida de ‘las ardillas’ de Jarnias pendía de un hilo. De 11 milímetros de diámetro para ser exactos. Divididos en dos grupos de cinco, trabajaban a 40 metros de altura y acceden al andamio por arriba, colgados de una grúa de 80, la más alta de Europa. Entrenaron antes durante un año. El amasijo de acero fue sembrado de sensores que, a la mínima alarma, activan un riel robótico para alejarlos del peligro.
Los fragmentos se ‘evacuaron’ en cestas colgadas de la grúa. Muchos artistas se interesaron por ellos, pero todos fueron a una planta de descontaminación antes de ser destruidos. ‘Las ardillas’ llevan en Notre Dame desde el principio. Extendieron redes de seguridad en frontones y rosetas para evitar que caiga nada a la calle, consolidaron la estructura, sacaron el agua y reemplazaron 1500 metros cuadrados de techos con una lona en tres días; además de hacer estudios fotográficos de las bóvedas y mediciones de resistencia mecánica de la piedra. Este, sin embargo, fue su mayor desafío.
El polvo que desprende el metal quemado es tóxico. Los operarios respiraban el aire filtrado mientras trabajaban con las herramientas colgadas de un cinturón. Entre ellas, su mejor arma: una sierra de sable con vibraciones limitadas y que no echa chispas. A 5 metros de ‘las ardillas’ su jefe les gritaba indicaciones desde una cesta. «Ahí no, ¡muy pesado! Cortad allí, sí, ese extremo, a tu derecha». La clave consistía en equilibrar los lados a medida que avanzan para garantizar la estabilidad. Todo se calcula al milímetro.
La primera película sobre el incendio de Notre Dame llega esta semana a los cines, dirigida por Jean-Jaques Annaud. 'Arde Notre Dame' se centra en una unidad de bomberos que se ofreció voluntaria para intentar sofocar las llamas desde dentro de la catedral. Recrea el drama de esos profesionales, enfrentados a multitud de dificultades sin precedente, que, con enorme esfuerzo, lograron extinguir un fuego que tuvo a Europa en vilo durante nueve horas.