El gobierno chino ha lanzado una purga sin precedentes contra sus grandes tecnológicas para reconducirlas y controlarlas. Es un asalto a Alibaba, Baidu, Tencent y decenas de compañías de una industria que vale cuatro billones de dólares, lo que ya ha costado a los inversores
un billón, es decir, estas empresas han perdido el 25 por ciento de su valor.
Los reguladores chinos han emprendido más de cincuenta acciones contra los gigantes tecnológicos y sus magnates por presuntos delitos: acaparar datos, diseñar algoritmos adictivos, explotar a los empleados, abusar de los proveedores, eludir impuestos, pisotear a empresas más pequeñas, prohibir vender en más de una plataforma...
Muchas de las empresas investigadas son más grandes que sus rivales estadounidenses. Alibaba alberga el doble de la actividad de comercio electrónico que Amazon. Tencent ha transformado su plataforma de mensajería WeChat en la 'superaplicación' (un ecosistema de múltiples servicios) más popular del mundo, con 1200 millones de usuarios. DiDi tiene cinco veces más clientes (550 millones) que Uber... Y no solo es una cuestión de tamaño, sino de calidad. Baidu, que surgió como el equivalente chino de Google, es líder en inteligencia artificial dedicada a la comprensión del lenguaje, tras desbancar a Google y Microsoft.
Cuando China se abrió al mundo, el partido mantuvo un control asfixiante sobre todos los sectores, excepto el tecnológico. Sus pioneros aprovecharon esta ausencia casi total de regulación para crecer rápido. Hoy hasta 73 empresas digitales chinas valen ya más de 10.000 millones de dólares cada una. La mayoría tiene inversores foráneos y ejecutivos chinos formados en el extranjero. De los 160 unicornios chinos (start-ups con un valor superior a 1000 millones), la mitad se dedica a la inteligencia artificial, los macrodatos y la robótica.
Pero a Xi Jinping, el presidente chino, no le ha temblado la mano. Considera que si no se frena ahora a estas corporaciones ya no habrá quién les tosa, pues son más poderosas que muchos países. «En contraste con la guerra de Vladímir Putin contra los oligarcas de Rusia en la década de 2000, la represión de China no tiene que ver con la lucha por el botín. De hecho, se hace eco de muchas preocupaciones que motivan a los reguladores y políticos de Occidente: en especial, que los mercados digitales tienden al monopolio», explica The Economist.
La nueva guerra fría se libra en Internet y en el móvil. El año pasado los tres gigantes digitales estadounidenses (Google, Facebook y Amazon) sumaron, juntos, unos beneficios netos de 72.000 millones de euros. Por su parte, el beneficio conjunto de sus tres rivales chinos (Baidu, Alibaba y Tencent) fue de 53.000 millones. Pero China procesa once veces más pagos digitales que los norteamericanos, por lo que el sorpasso se acerca. Ya se ha dado en telefonía: en el segundo trimestre de este año Xiaomi vendió 53 millones de dispositivos; Apple, 49 millones. En la imagen, Jack Ma, presidente de Alibaba.
Los reguladores han retirado las aplicaciones de DiDi (transporte y coches autónomos) de las tiendas de los terminales. La purga se ha cebado especialmente con las plataformas de aplicaciones educativas, sobre todo las que se dedican a las tutorías de refuerzo después de clase. Los analistas de JP Morgan desaconsejan invertir en el sector de la educación en China desde que cambiaron las reglas. Y la ofensiva se dirige ahora a los videojuegos. Pekín limitará el tiempo que los niños pueden jugar en línea a solo tres horas a la semana, asestando un duro golpe a la mayor empresa de juegos móviles del mundo: Tencent.
Pero la caída en desgracia de Jack Ma, fundador del conglomerado de comercio electrónico Alibaba y que fuera el empresario más rico de China, es el ejemplo más notable. Durante un discurso dado en Shanghái en octubre de 2020 cometió la osadía de criticar a las autoridades por penalizar la innovación. Según Financial Times, el Gobierno se vengó suspendiendo la salida a Bolsa de Ant Group, su filial dedicada a la banca, que iba a ser la más grande de la historia (34.000 millones de dólares, superando a la petrolera saudí Aramco) y obligando a Ma a ausentarse de la vida pública. Desde entonces solo se lo ha visto una vez, jugando al golf en una isla resort. Mientras tanto, Alibaba ha recibido una multa de 2800 millones de dólares por impedir la libre competencia.
El de Ma no es un caso aislado, sino que forma parte de un patrón, señala Forbes: otros millonarios han sufrido parecida suerte: el empresario desaparece durante meses, sin ninguna explicación, mientras su empresa es investigada por las autoridades; al cabo de un tiempo pide perdón públicamente, hace propósito de enmienda y se le devuelve el control de la compañía. Eso con suerte. O puede acabar en prisión.
Por esa razón, «China está a punto de convertirse en un laboratorio político en el que un Estado que no rinde cuentas a nadie lucha con las mayores empresas del mundo por el control de las infraestructuras esenciales del siglo XXI». Dicho de otra manera: China está dando ideas a Occidente sobre cómo tratar a unos gigantes a los que los gobiernos tienen muchas dificultades para controlar. «El objetivo inmediato de Xi puede ser humillar a los magnates y dar a los reguladores más influencia sobre los ingobernables mercados digitales. Pero la ambición más profunda del Partido Comunista es rediseñar la industria de acuerdo con su plan», advierte The Economist. ¿Pero cuál es el plan?
«Es una combinación de contrato social para proveer de seguridad económica y física a los ciudadanos con un mandato celestial para volver a ser el país más relevante del mundo», explica Claudio F. González, autor de El gran sueño de China. Tecno-socialismo y capitalismo de Estado, un ensayo que analiza el golpe de timón de Xi en los últimos seis años. «Es un plan que utiliza la tecnología para el desarrollo industrial; y las aplicaciones digitales para ofrecer soluciones convenientes a los ciudadanos y, al mismo tiempo, controlarlos. El objetivo último es devolver al país el liderazgo que mantuvo durante la mayor parte de la historia de la humanidad, cuando era un imperio». Y añade: «Para una persona educada en China, el caso es claro. Los altos hornos, el papel, la porcelana, la pólvora o la brújula se originaron allí. Los países occidentales comenzaron a copiar estos descubrimientos a finales de la Edad Media. Y solo desde el siglo XVIII fueron un rival para China».
El presidente Xi tuvo una visión. Fue el día que AlphaGo –un programa de inteligencia artificial desarrollado por DeepMind, filial de Google– le ganó al campeón del mundo de go, el coreano Lee Sedol, en 2016. «Según muchos analistas, el impacto fue tal que hizo ver a Xi la importancia de dominar esta tecnología. Fue su 'momento Sputnik'. Supo lo que tenía que hacer. Desde entonces quiere convertir China en una especie de multinacional tecnológica de la que los ciudadanos son los clientes; y los funcionarios, los empleados», expone González.
El mayor inconveniente de China es la parte financiera. De ahí su gran interés en el yuan digital. «El yuan digital tiene dos lecturas. Una es en clave interna. Los chinos ya pagan con el móvil por todo. Son transacciones que dejan un reguero de datos que van a parar a WeChat y Alipay, lo que permite a las compañías propietarias (Tencent y Alibaba) conocer a los consumidores. Y, si el Estado les pide los datos, están obligados a darlos». Pero también hay una clave externa. «Uno de los pilares de una superpotencia hegemónica es que su divisa se convierta en moneda de reserva. Y hoy el yuan no le puede hacer sombra al dólar. Estados Unidos puede ejercer un control sobre los intercambios financieros internacionales porque estos se realizan en dólares y porque controla el mecanismo SWIFT, el sistema que utiliza la mayoría de los bancos del mundo para comunicarse. Por eso puede bloquear a Irán, no porque mande sus barcos al golfo Pérsico, sino porque el sistema financiero está registrado en dólares y ellos tienen el 'botón'. China quiere utilizar el yuan digital para circunvalar este sistema y hacer transacciones directas».
Los países con mucha historia alternan siglos oscuros y edades de oro. ¿Está entrando China en una nueva edad de oro? «Eso es lo que piensa Xi. Da igual que se convierta en la primera potencia en esta década o en la siguiente, porque él vislumbra los próximos doscientos años. China es un país milenario. Estados Unidos no entiende la historia porque está, como quien dice, recién nacido, y solo ha vivido un ciclo, que fue exitoso».
Desde el punto de vista chino, el capitalismo norteamericano lleva a la desigualdad; y el comunismo soviético, a la ineficacia. Xi ha inventado su propia receta para conquistar el mundo: el tecnosocialismo. Sus ingredientes: inteligencia artificial, recopilación masiva de datos y control estatal. Xi cree que si el Gobierno es capaz de descifrar los datos que le llegan (a través, muchas veces, de las compañías tecnológicas) habrá encontrado una herramienta más eficaz que la mano invisible que mueve el mercado en los países capitalistas. Y será la ventaja decisiva para que China materialice por fin el sorpasso a Estados Unidos.