Kurchátov, físico nuclear y padre de la bomba atómica soviética, dio nombre a la ciudad secreta –a 140 kilómetros del polígono– que fue centro neurálgico del programa atómico. Vivieron aquí más de 20.000 personas –afectadas muchas por la radiación– hasta el cese de las pruebas, cuando
buena parte de la ciudad fue abandonada. Hoy tiene 8000 habitantes y una estatua de Kurchátov aún preside la plaza principal.
Los científicos del Centro Nuclear Nacional, en Kurchátov, mapean las zonas contaminadas de los 19.000 kilómetros cuadrados que ocupó el polígono. El medidor de radiación gamma indica 0,31 milisieverts por hora, un nivel aceptable para una persona. Durante 40 años, sin embargo, un millón de personas vivieron expuestas a peligrosos niveles de radiación. Los habitantes de la región fueron conejillos de Indias del programa nuclear.
La URSS (también Estados Unidos) puso en marcha un programa para realizar obra civil –mover tierras, crear canales y embalses, perforaciones petroleras...– con explosiones atómicas. La que creó el lago Chagán en 1965 fue la más potente de las 156 que se usaron con este fin. El artefacto de 140 kilotones creó un cráter de 400 metros de diámetro que, a modo de embalse, fue inundado de agua. Radiactiva, por supuesto...
Una cabeza de lechón con la piel quemada en el Museo del Sitio de Ensayos Nucleares de Semipalátinsk, en Kurchátov. En el polígono se investigaron los efectos de las explosiones en organismos vivos. Cáncer, muertes prematuras, deformaciones y menstruación precoz son parte de las secuelas detectadas en la población.
Esta maqueta reproduce la primera explosión atómica soviética. Ocurrió el 29 de agosto de 1949 en el Sitio de Pruebas Nucleares de Semipalátinsk, conocido como 'el polígono'. Se colocaron edificios, blindados, aviones y 1500 cabezas de ganado para estudiar los efectos en un radio de 20 kilómetros. Desde ese día y hasta 1991, la URSS realizó 456 pruebas en esta localidad de la estepa kazaja.
El hotel Mayak, abierto durante los años dorados del programa soviético en Kurchátov, es hoy un resquicio decadente del pasado. Sigue abierto, pero, 30 años después del cierre nuclear, hoy se hospedan aquí los científicos que estudian la radiación en la zona y las posibilidades de una eventual descontaminación.
La zona cero, o campo experimental del polígono, está salpicada de estructuras de hormigón. Búnkeres, monolitos e incluso edificios de cuatro plantas colocados a distintas distancias del epicentro de las explosiones atómicas. El objetivo era comprobar su resistencia. Y ahí siguen.
Al independizarse, Kazajistán pasó a ser el cuarto arsenal nuclear del planeta. Tras el cierre del polígono, sin embargo, en agosto de 1991, entregó a Rusia sus 1400 ojivas. En el Museo de Kurchátov se exponen hoy reliquias como la consola de control de la Operación Primer Rayo, la de la primera bomba en 1949.