Si mi teoría de la relatividad es acertada -bromeaba Albert Einstein, que tenía un fino sentido del humor-, los alemanes dirán que soy alemán y los franceses, que soy ciudadano del mundo. Pero si me equivoco, los franceses dirán que soy alemán; y los alemanes,
que soy judío».
¿Te has reído con este chiste del genio más grande de la historia? Y si no te ha hecho gracia, ¿por lo menos, lo has entendido? En tal caso, enhorabuena. Porque acabas de experimentar, sin saberlo, un ‘momento eureka’. Ese instante maravilloso en el que algo hace clic en nuestra mente y una idea nos ilumina como un relámpago.
¿Qué es lo que sucede en nuestro cerebro cuando componemos una sinfonía o improvisamos una comida con lo que hay en la nevera? Durante años se ha dado por sentado que el hemisferio derecho es el responsable de la creatividad y las emociones; y el izquierdo, el de la lógica y la razón. Sin embargo, el escáner demuestra que ambos hemisferios están muy conectados y se comunican a través del cuerpo calloso. No hay una sola estructura cerebral responsable de la creatividad. Son muchas las regiones que trabajan al unísono.
Al contrario de lo que se piensa, estos momentos no son tan excepcionales. Ocurren continuamente. Por ejemplo, cuando entendemos un chiste. O cuando, de repente, nos viene a la cabeza una palabra que teníamos en la punta de la lengua. El mecanismo neuronal es el mismo que el que alumbra una idea genial, una inspiración súbita, un invento revolucionario… Quizá la nueva app que llevarán todos los móviles o el estribillo de una canción que llegará a lo más alto de las listas. ¿Pero cómo surge la chispa?
Neurocientíficos y psicólogos buscan el secreto de la creatividad. Y las resonancias magnéticas funcionales se han convertido en el gran aliado para identificar las regiones cerebrales involucradas. Primera conclusión: aunque no todos pueden ser genios como Einstein, sí que se puede, con un poco de práctica, estimular y hacer más creativos los cerebros de la gente ‘normal’. La genialidad, no obstante, es hija de muchas madres. Los grandes pensadores poseen inteligencia, talento, conocimientos especializados, perseverancia… Pero si algo tenían en común Mozart, Steve Jobs, Isaac Newton o Salvador Dalí era su capacidad para liberar la imaginación, establecer nuevas asociaciones y pensar ‘diferente’.
Hay cien mil millones de neuronas que se comunican entre sí y establecen conexiones nuevas para adaptarse a las circunstancias. Por eso, salir de nuestra zona de confort nos ‘espabila’. Opera cambios físicos en los circuitos cerebrales. Las neuronas, en definitiva, van tejiendo redes. Es lo que conocemos como ‘neuroplasticidad’. Como en una red eléctrica, hay subestaciones que dan luz a un barrio y grandes tendidos que iluminan ciudades y países enteros.
Los neurocientíficos sospechan ahora que la creatividad surge de la interacción entre, al menos, dos de estas grandes redes. Una de ellas se encarga del control y la toma de decisiones. La otra alumbra nuestras ensoñaciones y fantasías. La frontera entre ambas suele estar bien custodiada. Hay guardias. El sentido común nos dicta lo que es sensato y lo que es absurdo. Pero esta vigilancia se relaja en la transición entre el sueño y la vigilia. Es el cambio de turno de los ‘seguratas’ entre la conciencia, gobernada por la lógica, y los desvaríos del inconsciente. Y resulta que ese periodo tan desaprovechado es clave.
La secuencia sería así. Cuando la red de control se ve confrontada con un problema, lo primero que hace es reunir toda la información posible. Hay que dominar el tema. «Por cada página escrita, cien leídas», decía el periodista Ryszard Kapuscinski. Por muy creativa que sea una persona, si no sabe nada de física, no aportará nada a la teoría de la relatividad. Pero, una vez que disponemos del conocimiento, hay que dejarse ir… La red de control entra en pausa. Pide paso la imaginación.
Remolonear en la cama, pasear, meternos en la ducha, incluso, ejem, sentarnos en el baño son actividades propicias para la inspiración. Porque nos quedamos a solas con nosotros mismos. Nuestro cerebro le da vueltas a los asuntos en un ‘segundo plano’, sin que lo forcemos… No estamos pendientes. En cambio, cuando abordamos un problema analíticamente, prestamos toda nuestra atención… El investigador John Kounios explica que los escáneres detectan un pequeño apagón justo antes de un ‘momento eureka’. Un parpadeo. La corteza occipital, responsable del procesamiento visual, se queda en suspenso, de manera que las ideas parecen surgir de la nada. ¿Nunca te ha pasado que intentas acordarte de algo y solo cuando dejas de pensar en el asunto se te enciende la lucecita?
Ser creativos se ha convertido en una exigencia en la era digital. Los robots van asumiendo las tareas rutinarias, pero las corazonadas, tan humanas, son el combustible de las start-ups que triunfan. Y en ningún lugar como en Silicon Valley se rinde tanto culto a la idea innovadora.
¿Se pueden forzar estas ideas geniales? Según Judah Pollack y Olivia Fox Cabane, citados por la revista Focus, sí. Y la técnica más sencilla es soñar despierto. Incluso se puede ir un paso más allá. Y gobernar nuestros propios sueños. Es una capacidad que tienen muchos niños y se pierde en la edad adulta. El sueño lúcido, en el que nos proponemos soñar sobre algo —y lo conseguimos—, está de moda. Ya hay cursos para convertirnos en ‘onironautas’, personas capaces de controlar (hasta cierto punto) nuestros propios sueños. Y luego recordarlos con todo detalle.
Otra técnica es una caminata. Marily Oppezzo y Daniel Schwartz, dos psicólogos de la Universidad de Stanford, han realizado un experimento curioso. Dividieron a un grupo de voluntarios. A unos los pusieron a pasear, los otros permanecían sentados. Luego les pidieron que propusieran usos originales para objetos comunes, como un martillo. A los que caminaban se les ocurrían el doble de respuestas.
¿Pero podemos fiarnos de la inspiración? Sí, sobre todo si hay prisa. La psicóloga Carola Salvi ha comprobado, en exámenes cronometrados, que se acierta más con respuestas intuitivas que con razonamientos lógicos. Conviene confiar en el instinto.
El escritor Steven Johnson explica en una charla de TED que las ideas también necesitan ‘aparearse’ unas con otras. Un entorno propicio para el intercambio. Hoy es Internet, como lo fueron las cafeterías vienesas en los albores del psicoanálisis. Además, la creatividad es un proceso. Hay que dar tiempo al tiempo. El periodo de incubación es indispensable. El biólogo Stuart Kauffman expone que una idea genial puede permanecer latente en nuestro cerebro durante años. La vamos centrando con cada nueva experiencia, cada dato, otras ideas… Hasta que surge una asociación insospechada. Los antecedentes importan. Si el astrónomo Ismael Boillau no hubiera sugerido previamente que el sol tira de nosotros con una fuerza relacionada con la distancia, la manzana de Newton bien podría haber caído al suelo sin que el célebre científico barruntara la ley de la gravedad.
¿Cómo crear ambientes que permitan mantener ideas latentes durante mucho tiempo? No es fácil decirle al jefe: «Deme unos años sabáticos para desarrollar un presentimiento…». Pero varias compañías ya están siguiendo el ejemplo de Google y dan un veinte por ciento de tiempo libre a sus empleados para animarlos a cultivar sus corazonadas. Al fin y al cabo, «la intuición es un don sagrado y el pensamiento racional, su fiel servidor». También lo dijo Einstein. Y no es un chiste.
René Descartes
El filósofo se distraía con el vuelo de una mosca. Literalmente. Fue un niño enfermizo al que se permitía estar en la cama hasta las once de la mañana. Un hábito que mantuvo en su vida adulta. Una mañana, mientras seguía acostado, se percató de que podía describir la localización de las moscas en su dormitorio trazando líneas imaginarias y perpendiculares a una pared y al techo. Un sistema de ejes que inspiraría el diagrama de coordenadas cartesiano.
Salvador Dalí
El pintor surrealista utilizaba periodos breves de sueño para provocar que en su mente afloraran imágenes nuevas. Lo que hacía era recostarse en una silla y sostener una cuchara sobre un plato, o sujetarla con la barbilla, de tal manera que, cuando los músculos se relajaban al entrar en una fase profunda de sueño, la cuchara caía y el ruido le despertaba. Dalí tomaba al instante lápiz y papel y empezaba a abocetar sus sueños.
Steve Jobs
El fundador de Apple entró en contacto con la espiritualidad hindú durante un viaje por la India. Fue alumno de un maestro zen y practicaba la meditación a diario para estimular su capacidad de concentración y reducir el estrés. Además, consideraba que su punto fuerte era el pensamiento asociativo. Jobs mezclaba churras con merinas. Buscaba inspiración en terrenos alejados de la informática, por ejemplo, el diseño modernista.
Mark Zucckerberg
Las virtudes inspiradoras de una buena caminata ya eran conocidas por los alumnos de la escuela aristotélica. En sus power walks, el fundador de Facebook pasea por Silicon Valley calzado con sus famosas chanclas, acompañado muchas veces por algunos empleados. Entre los pensadores famosos que salían a caminar casi con fervor religioso se encuentran, entre otros, Charles Dickens, Werner Heisenberg, Immanuel Kant o Nassim Nicholas Taleb.
Andy Rubin
Los comienzos de Android no fueron como para tirar cohetes. Su cofundador, Andy Rubin, reconoce que el sistema operativo estaba diseñado en un principio para cámaras y no para teléfonos. Un error clamoroso. Pero, como dijo Einstein, quien nunca ha cometido un error nunca ha probado algo nuevo. En el caso del 'robot verde', fue cambiar el nicho de mercado y arrasar. Cuando se equivocan, los científicos aspiran a hacerlo «en la dirección correcta».
Brian Eno
El productor musical sabe cómo desatascar las sesiones de grabación cuando los músicos se quedan sin ideas. Lo hace con un juego de tarjetas: 'estrategias oblicuas', se llama. En cada tarjeta figura una tarea para romper la rutina. Todo el mundo coge una al azar. Eno obliga así a los músicos a 'soltarse' y probar cosas nuevas, como tocar instrumentos que no son los suyos. Sin miedo a meter la pata, porque, según dice, «el error es una intención oculta».