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A fondo El pequeño rey del ajedrez

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Abhimanyu Mishra tiene 12 años y se ha convertido en el gran maestro más joven de todos los tiempos. Esta es la crónica de cómo lo logró. Una historia de sacrificio y determinación. El futuro dirá si es una historia feliz.

Sábado, 11 de Septiembre 2021

Tiempo de lectura: 10 min

Cuando Abhimanyu Mishra se sienta delante de un tablero de ajedrez, ve mucho más que piezas blancas y negras. Ve torres que hay que derribar, caballos que hay que masacrar, un rey cuya corona reclama para sí. Observa a su contrincante con la cabeza hundida y los ojos encendidos mientras piensa los siguientes movimientos. Sostenerle la mirada a Abhimanyu te hace comprender que el ajedrez es la guerra. Mishra participa en torneos de ajedrez casi a diario. Tiene 12 años, es un chico tímido de pelo negro y ojos oscuros.

Ya ha sido unas cuantas veces el jugador más joven de la historia en alcanzar alguno de los peldaños de la escalera que lleva a la cima del ajedrez. Por ejemplo, solo tenía 9 años cuando se convirtió en el maestro más joven de Estados Unidos. Y solo 10 cuando alcanzó la categoría de maestro internacional, otra vez el más joven de la historia en conseguirlo. Ahora tiene 12 años y es gran maestro. El más joven de la historia una vez más. Estuvimos con él en Budapest cuando logró el título de gran maestro, oportunidad que se había dilatado por la pandemia. Un título muy importante para él, pero aún más para su padre.

Tenía 6 años cuando le ganó a su padre por primera vez. Desde entonces van a torneos por todo Estados Unidos. Lo hacen en coche. No es raro que recorran mil kilómetros en un día

Los aspirantes a gran maestro de ajedrez deben cumplir varios criterios. Por un lado, tienen que alcanzar un determinado nivel de juego, calculado a partir de los llamados 'puntos Elo', que se suman con las victorias pero se restan con las derrotas, así que no basta con jugar muchas partidas. También tiene que haber un número determinado de grandes maestros entre los oponentes. Las partidas disputadas por Internet no valen.

En 2020 había en el mundo 1722 grandes maestros. Para Abhimanyu, este título era fundamental si quería dedicarse profesionalmente al ajedrez. En abril, cuando Hungría volvió a permitir la celebración de torneos, Hemant Mishra –el padre de Abhimanyu– se apresuró a coger un avión a Budapest con su hijo. Los torneos se desarrollaron en el hotel St. George, en el barrio del Castillo, en Buda.

270.000 dólares invertidos en la carrera de su hijo

Es una apacible tarde de verano en Budapest. Abhimanyu se hace un ovillo en una chaise longue dorada en la zona común del hotel. Y duerme. Su padre está sentado a su lado; el portátil, abierto sobre las rodillas. Con sus pantalones de chándal, padre e hijo parecen dos cuerpos extraños en este lujoso hotel de suelos de mármol rojo y techos con frescos.

Para poder participar en estos torneos, hay que pagar una cuota de inscripción; por lo general, de unos 300 euros. Abhimanyu ha disputado una partida casi cada día durante los últimos tres meses. Algunos días, como hoy, juega dos. La de esta mañana la ha perdido. Su padre cree que sin motivo.

Esta es su última semana en Budapest, la idea es ir luego a un torneo de la Copa del Mundo en la localidad rusa de Sochi antes de regresar a Estados Unidos. Los torneos devoran los ingresos de la familia. Hemant Mishra ya lleva gastados 270.000 dólares en la carrera de su hijo. «Es como pagar una segunda hipoteca», dice. A estas alturas de su estancia en Hungría, su hijo está agotado... y él también. Abhimanyu ya cumple dos de las tres llamadas 'normas de gran maestro'. Si en este torneo gana siete de nueve partidas, conseguirá hacerse con el ansiado título. Pero cuantos más días pasan y más cansado está, más normal es que pierda alguna. Solo le quedan dos partidas antes de emprender viaje a Rusia. Y tiene que ganar las dos.

Abhimanyu tiene una hermana de 8 años que también juega al ajedrez. Antes del viaje a Hungría, ella le dijo: «Si no eres gran maestro, no vuelvas»

Las partidas tienen lugar en uno de los comedores del hotel. Cada día, Hemant Mishra acompaña a su hijo hasta la mesa donde va a jugar, le deja a mano una botella de agua, un batido, un bote de desinfectante y un paquete de toallitas antibacterias. Luego se va.

Mientras su hijo juega, él trabaja. Es mánager de una empresa de software en Englishtown (Nueva Jersey), donde está el hogar de la familia. Luce barba de siete días. Las jornadas de su hijo son largas, pero las suyas lo son aún más. Habla por teléfono y videoconferencia desde la sala de espera del torneo mientras trata de ignorar el parloteo de los demás padres a su alrededor.

Él también jugó torneos durante sus años de estudiante. No era un jugador especialmente bueno, pero tampoco malo. Nació y creció en la India. En 2006 se trasladó con su mujer a Estados Unidos, allí había más oportunidades laborales para los dos. Hoy trabajan en una empresa de software y viven con sus dos hijos en una casa de buen tamaño. Su hijo Abhimanyu tenía 6 años la primera vez que le ganó. Cuando no están entrenando, van a torneos por todo el país; lo hacen en coche, no es raro que lleguen a recorrer hasta mil kilómetros en un día.

Tampoco es raro que el padre de Abhimanyu se pregunte por qué hace todo esto. Cuando le asaltan las dudas, piensa en el tiempo y el dinero que ya ha invertido en su hijo. Y entonces aprieta los puños y sigue adelante.

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EL SACRIFICIO. Abhimanyu y su padre en el hotel St. George, en el barrio del Castillo, en Budapest. Para su progenitor, el ajedrez es más que matemáticas y poder acceder a universidades de primera fila. «Te enseña muchas cosas sobre la vida», dice Mishra. Y una por encima de todas las demás: que hay que sacrificar pequeñas cosas para alcanzar algo grande. Abhimanyu pasa 12 horas al día jugando al ajedrez. Ha dejado aparcado el colegio. ¿Tiempo para hobbies? ¿Una infancia normal? Quizá esas sean algunas de las pequeñas cosas a las que se refiere su padre.

«Quiero que mi hijo tenga una vida feliz», dice. Y cree que el ajedrez es una ayuda. Hemant Mishra nunca le preguntó a su hijo si quería jugar. «Tienes que exponer a los niños a los estímulos que tú consideres adecuados», explica. Por eso le enseñó a leer con libros de ajedrez y a multiplicar usando el valor relativo de las piezas. Piensa que los títulos que su hijo ya ha acumulado bastarán para garantizarle una beca en una universidad de élite.

«Beast in the field» ('bestia en el campo') se lee en la camiseta que Abhimanyu lleva esta tarde. Está sentado sobre las piernas recogidas; la mirada fija en el tablero. Cuanto más se alarga la partida, más se va hundiendo en la silla. Mientras medita las jugadas, no deja de balancearse adelante y atrás. Su oponente en esta partida es húngaro. Aquí, todo el mundo conoce el objetivo que persigue el chico indio llegado desde Estados Unidos. Y es un aliciente más para querer ganarle.

El padre de Abhimanyu sigue las partidas a través del ordenador. Sabe si su hijo ha ganado o perdido antes de que salga y se lo diga en persona. Esta vez ha ganado, pero la derrota de la mañana sigue teniendo muy enfadado a su padre. Su voz resuena por toda la habitación mientras lo regaña. «¿Qué es lo que te da tanto miedo? ¿Por qué has perdido contra el tipo ese? ¡Es un delito que hayas perdido esa partida!». El chico murmura unas palabras que solo entiende su padre. «¡Me da igual!», le responde, cada vez más acalorado. El promotor del torneo intenta calmarlo: «Está usted muy tenso, tranquilícese. Mañana ganará, ya verá».

La casa que han alquilado tiene dos habitaciones, pero no camas. Padre e hijo duermen en los sillones, aunque tampoco se puede decir que duerman demasiado

Hemant Mishra baja el tono de voz. «A lo mejor debería llevar una vida normal, ir a una universidad normal, estudiar una carrera normal», comenta. Y llama al taxi que los llevará de vuelta a casa. Viven en la planta baja de un edificio viejo y no en muy buen estado. Hemant Mishra va de un lado a otro de esta especie de piso de solteros intentando eliminar las huellas más evidentes de una vida desordenada. La casa tiene dos habitaciones, pero no camas. Padre e hijo duermen en los sillones, aunque tampoco se puede decir que duerman demasiado.

Hay ropa tendida en el cuarto de baño, varios tableros de ajedrez y un par de portátiles a la vista. Lo que no se ve por ningún lado son juguetes. Humedades sí, y manchas de moho. Mishra no ha tenido tiempo para hablar con el casero e intentar resolverlo. «Por eso, dormimos los dos en esta habitación», cuenta. «No creo que sea un niño prodigio», explica Mishra de su hijo. No cree en el talento, o no del todo. Cree más en el trabajo duro. Y en la pasión. Esa es otra de las cosas en las que piensa mientras intenta conciliar el sueño: si de verdad su hijo se está esforzando lo suficiente para conseguir llegar a lo más alto.

Además de Abhimanyu, Hemant Mishra tiene otro hijo, una niña de 8 años. Ella también juega al ajedrez. Cuando pierde, se enfada. Antes del viaje a Hungría, le dijo a su hermano: «Si no eres gran maestro, no vuelvas». El padre sonríe cuando habla de su hija. «Ella es como yo», afirma.

¿Por qué se hace esto a sí mismo y a su hijo, por qué se impone y le impone esta vida? Hemant Mishra lo piensa con detenimiento antes de contestar: «Ser campeón del mundo es algo que queda para siempre, aunque pierdas el título a la mañana siguiente». Si algún día Abhimanyu le dice que ya no quiere seguir jugando, él lo aceptará, asegura. Pero espera que eso no ocurra, espera que la pasión que ve en sí mismo y en su hija también arda en el corazón de su hijo.

La derrota tiene aún muy enfadado a su padre. «¿Por qué has perdido contra el tipo ese? —grita—. ¡Es un delito que hayas perdido esa partida!»

Cuando le preguntamos a Abhimanyu por su carrera, busca la mirada de su padre. Siempre que una pregunta le resulta incómoda, se refugia en un rostro inexpresivo y en respuestas breves. Dice que quiere dedicarse profesionalmente al ajedrez, que no tiene hobbies salvo algún juego on-line de vez en cuando, que nunca se para a pensar si de verdad le apetece practicar porque simplemente no tiene tiempo.

Esta noche, la noche previa a la gran partida, Hemant Mishra es incapaz de dormir. Por la mañana, al levantarse, piensa: «Hoy es el día». Pero ya ha pensado lo mismo otras cuatro veces. ¿Qué hará si Abhimanyu gana? Celebrarlo. ¿Y cómo? «Me cogeré el día libre, probablemente», dice Mishra.

La última partida de Abhimanyu es contra Leon Luke Mendonca, un gran maestro indio de 15 años. Hemant Mishra está nervioso. «Mendonca es el rival más fuerte del torneo», refiere. Además, su hijo juega negras. Es una desventaja, las blancas mueven primero. «Estoy más nervioso yo que él», dice el padre. Porque, para Abhimanyu, parece que esta partida sea solo una más.

Es el gran día. Abhimanyu lleva sobre la frente un tilaka, una marca tradicional hindú. Y una camiseta con la inscripción «Epic NYC».

A Mishra le cuesta concentrarse en el trabajo, abre una y otra vez las páginas web en las que sigue la partida de su hijo. «Lo está haciendo bien», comenta. Pese a la desventaja de inicio, la partida va igualada.

«Su hijo ha ganado»

Tres horas más tarde, el tiempo empieza a agotarse en el reloj de Mendonca. Aún quedan ocho piezas sobre el campo de batalla: tres peones blancos y tres peones negros, el rey blanco y el rey negro. Las demás partidas terminaron hace ya rato. De repente, todo se acelera. Los dos jugadores parecen haberse decidido a la vez por un mismo plan. El que consiga llevar sus peones hasta el otro extremo del tablero podrá convertirlos en la pieza de su elección.

Mendonca mueve, Abhimanyu mueve, él está más cerca, llega al otro extremo y cambia su peón por la dama que perdió horas atrás. Mendonca asiente con la cabeza y le tiende la mano por encima del tablero. «¿Abandonas?», pregunta Abhimanyu. «Tú ganas», contesta Mendonca. El rostro de Abhimanyu permanece impasible. Firma el resultado de la partida y coloca las piezas en su sitio. El promotor del torneo abre las puertas que llevan a la sala de espera, donde Hemant Mishra ya aguarda impaciente. «Su hijo ha ganado», le dice, y le da un abrazo.

Abhimanyu es el último en salir. Cuando su padre lo ve avanzar por el pasillo, alza el puño al aire. Nada más cruzar la puerta, le da varias palmadas en la espalda. Ambos se miran fijamente a los ojos. Abhimanyu se sienta en una de las butacas doradas del vestíbulo del hotel. Y sonríe por primera vez.

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Todo un récord.Abhimanyu enseña sonriente —y «aliviado», como él mismo ha dicho tras ganar su partida consagratoria— el título que lo certifica como el gran maestro de ajedrez más joven de todos los tiempos.

Su padre saca ahora el móvil, va de un lado a otro parloteando a toda velocidad en inglés. Abhimanyu se levanta del sillón y empieza a pasear también por el patio, es un niño que camina solo mientras su padre habla con desconocidos.

¿Cómo te sientes, Abhimanyu? «Aliviado», dice.


© Stern
Etiquetas: Ajedrez