Éramos 'los ojos y lengua' de las fuerzas extranjeras. Así nos llamaban los talibanes». Lutfullah Salimi trabajó dos años y medio, entre 2010 y 2012, como intérprete del Ejército español en Afganistán. Una labor que te convierte en infiel, traidor y espía a
ojos de los radicales. Son un grupo sometido a una especial amenaza según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur). «Si eliminas al intérprete, los soldados ya no se pueden mover», resume Salimi, de 33 años, desde su piso de Alcobendas.
Reclutados entre la población local o en los pasillos de la Universidad de Filología Hispánica de Kabul, recibían un buen sueldo: entre 600 y 1000 euros mensuales. Mientras que el sueldo de un policía o un maestro rondaba los 150 euros. Los primeros soldados españoles llegaron pocos meses después de los atentados del 11-S y se fueron en 2014. Entonces, como ocurrió también el pasado verano, se puso sobre la mesa el problema de los intérpretes, en peligro tras la retirada del Ejército. Y hubo peticiones en prensa y plataformas como Change.org para que se les concediera el asilo.
Así, cuando el grueso de las tropas españolas dejó Afganistán en 2014, los acompañó un primer grupo de intérpretes de las Fuerzas Armadas. Lutfullah aterrizó en la base aérea de Torrejón en octubre de 2015. Cuando le dieron a elegir entre 11.000 euros de indemnización o un visado para España, no lo dudó. Como Salimi, muchos de los afganos que llegaron hace algo más de un lustro han rehecho su vida en Madrid, Bilbao, Sevilla o Lugo. Y todos ellos han visto con terror el avance talibán una vez que las fuerzas extranjeras abandonaban el país. Su lucha: remover cielo y tierra para conseguir traer a sus familiares, nuevamente amenazados ahora que los talibanes han tomado el poder. Tras días de larga espera, Daryoush Mohammadi –o Darío, como lo conoce todo el mundo en España– recibió el salvoconducto que permitiría a su familia acceder al aeropuerto internacional de Kabul a las cuatro de la tarde, hora española. Eran las nueve de la noche en Afganistán y su familia estaba cenando. Se levantaron sin recoger la mesa.
Allí solo quedó su hermana, embarazada de ocho meses, que ahora vive escondida en la ciudad. Darío agradece la ayuda recibida para salvar la vida de su familia, pero critica las condiciones en que se han visto desde que llegaron. Su familia hoy se encuentra en Francia, donde cree que será más fácil empezar una nueva vida. «Aquí todos acaban en un establecimiento de kebabs», dice con amargura. La de Lutfullah está en León. Como hicieron ellos hace años, ahora les toca aprender el idioma, primero, para poder buscar un trabajo, después.
Partir de la nada, más allá de que uno fuera médico, periodista o intérprete allí en Afganistán. Hoy, esos títulos son papel mojado. O quemado incluso: con la llegada de los talibanes prendieron fuego a todos los papeles comprometedores. Un título universitario o una foto con los militares extranjeros podía suponer una amenaza. Mejor deshacerse de ellos. Y arrancar de nuevo.
Con la agridulce sensación de haber salvado la vida a un alto precio: dejar todo atrás. Pertenencias, seres queridos, las calles donde uno creció. Ahí queda, eso sí, el abrazo que todos ellos han podido dar a sus familias tras años sin verse. Los cuatro prestaron ayuda como intérpretes en el aeropuerto de Torrejón durante los difíciles días de agosto y septiembre en que llegaban los refugiados afganos. Ayudaron a los recién llegados a dar sus primeros pasos. Y entre ellos se encontraban sus propios familiares. Su experiencia servirá ahora para allanar el camino, para ayudarlos a comenzar una nueva vida. Y no será fácil.
Daryoush Mohammadi, 29 años
«Mi familia es de Ghorband, uno de los primeros distritos en caer en manos de los talibanes. Es una ciudad pequeña y todos saben allí que yo estoy refugiado en España desde 2014. Hasta que mi familia no logró entrar en el aeropuerto de Kabul, yo no pegaba ojo por las noches».
«Trabajé cinco años como traductor de las fuerzas españolas y, cuando vi lo que pasaba en mi país, le di una lista con mis familiares al Estado Mayor de Defensa. Cuando por fin llegó el salvoconducto, eran las nueve de la noche en Afganistán. Mi familia estaba cenando, se levantó y trató de llegar al aeropuerto sin recoger la mesa ni nada. Atrás han quedado todas sus pertenencias. Sé que ya han saqueado sus casas. No solo son los insurgentes los que lo hacen, sino la gente corriente, que ya no tiene qué comer. Mi hermana tuvo que quedarse allí, escondida y embarazada de ocho meses. Quiero traerla».
Sharifeh Ayuibi, 36 años
«Llegué a España hace once años. Mi marido había trabajado para las fuerzas americanas y un día su coche fue tiroteado. Llegó lleno de heridas y supe que nos teníamos que ir de allí. Le dimos todo nuestro dinero a las mafias que nos ayudaron a salir del país. Pasamos por Dubái, Turquía, Venezuela… Antes de llegar a Madrid con mis dos hijas y su padre, yo no sabía nada de España, pero al llegar aquí estaba muy cansada y dije que ya no me movía más. Mis hijas eran muy pequeñas y tenían mucho miedo, me preguntaban si iba a ir a la cárcel ¡y yo no sabía qué decir! Por eso, me ha gustado tanto trabajar ahora como intérprete en el aeropuerto. He podido ayudar a familias que venían desesperadas. Habían perdido todo y no sabían qué estaba ocurriendo. Me recordaba a mí misma años atrás».
«También he podido traer a mis padres y hermanos. Pasé mucho miedo hasta que llegaron. Ahora con 60 años que tiene mi padre y 54 mi madre les toca empezar de cero en un nuevo país. ¡Me da una tristeza...! Al menos yo, que trabajo como cocinera en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado desde hace años, puedo ayudarlos a instalarse».
Lutfullah Salimi, 33 años
«Yo estudiaba Filología Española en la Universidad de Kabul. Empecé como intérprete de las Fuerzas Armadas en 2010 y estuve dos años. Ganábamos un buen sueldo, casi mil dólares mensuales. Pero desde que entras a trabajar para la tropa te conviertes en enemigo para los talibanes: nos llamaban 'los ojos y boca' de las fuerzas extranjeras. Éramos un objetivo prioritario».
«Pero, además, mi amenaza era doble: soy de la etnia hazara, una minoría chiita que es perseguida por los talibanes, el ISIS y otros extremistas sunitas. Mi padre pasó 18 meses en la cárcel cuando yo era pequeño. Acababa de terminar sus estudios de Medicina y trabajaba en una farmacia cuando entraron los talibanes y lo encerraron en la cárcel de Kandahar».
«Durante muchos años, las cosas han ido bien para mi familia. Tenían una clínica en Kabul, una buena casa. Mi hermana mayor es también médica. Pero en agosto ya vimos cómo las tropas tomaban una ciudad tras otra. Sabía que tenía que sacarlos de allí. Yo estaba trabajando en el aeropuerto de Torrejón como intérprete cuando llegaron. Fue muy emocionante. No nos habíamos visto desde que vine a España en 2015. Ahora, mi familia está aprendiendo español y después se pondrán todos a trabajar o a estudiar».
Yousuf Mohd 39 años
Trabajé casi siete años como intérprete. Sabía español porque lo había estudiado en la Universidad en Kabul. Cuando empiezas a trabajar con un extranjero, sabes que tu vida está en peligro. Dormía con chaleco antibalas y casco.
«Cuando acabé mi trabajo, nos dieron el visado para venir a España a mi mujer, a mi hijo y a mí. Mi familia se ha quedado en Afganistán, pero se ha ido a Kabul. En la ciudad donde estaban, a las chicas los talibanes se las llevaban como esclavas sexuales. Los talibanes tienen toda la información: saben que eres intérprete, dónde vives...».
«Ahora quiero traer a mi familia. Han podido venir mis primos y dos sobrinos. Pero he mandado un listado con otros miembros, y nadie me ha contestado. Necesito ayuda para traerlos porque están en peligro».